Hace poco leíamos que el presidente de Brasil, Luis Inácio Lula da Silva, había sido considerado por la revista Time como una de las personas más influyentes del planeta, calificación que recibió también de otros importantes medios de información en los últimos años.
En el ámbito internacional, tal como señalaba el teólogo Leonardo Boff en uno de sus últimos artículos, el acuerdo alcanzado por Lula y por el primer ministro turco con Irán respecto a la producción de uranio enriquecido para fines pacíficos tiene una singularidad que conviene resaltar, pues aporta una nueva visión de la diplomacia basada en la mutua confianza y el diálogo, no en las intimidaciones, amenazas y presiones de todo tipo que representa la diplomacia de Washington. Sería deseable, en este aspecto, que la influencia de Lula se hiciera notar en las relaciones internacionales.
En cuanto a la gestión de Lula en su país desde hace ochos años, está claro que con él ha cambiado para bien el nivel de vida de millones de conciudadanos, por lo que es innegable su influencia positiva en el desarrollo de la nación. En ese sentido son incontestables los datos que hablan de la incorporación de diez millones de brasileños a la clase media en el periodo 2004-2008, con un descenso de la pobreza que pasó de un 46 a un 26 por ciento entre 1990 y 2008. Si a eso se añade que la deuda externa es sólo de un 4 por ciento del PIB, que las exportaciones se han multiplicado por cinco en veinte años y que nadie duda del potencial petrolero del país en los próximos diez años, no hay más remedio que reconocer la acertada calificación de la prestigiosa publicación norteamericana.
Hoy hemos sabido que, además de haber incentivado ese inapelable avance hacia el progreso en Brasil, en un entorno geopolítico del que posiblemente haya que esperar importantes transformaciones sociales en el futuro, Luis Inácio Lula da Silva goza de una muy activa vida sexual que posiblemente sea la razón de su afirmada y sólida personalidad, tanto en el trato con los líderes mundiales como en la prestancia y consistencia de su cálida y convincente oratoria.
Entrevistado junto a su esposa Marisa Leticia en su residencia oficial de campo, Lula no tuvo ningún reparo en afirmar que seguía la receta de José (José Gomes Tempoaro), su ministro de Salud, en lo relativo al sexo. La receta consiste en mantener relaciones sexuales cinco veces a la semana. Ese es el secreto para mantener en pie el casamiento, afirma Lula, cuyo matrimonio acaba de cumplir 36 años tan en activo.
La confesión pública de tal proceder, inimaginable en otro país que no fuera el de referencia, vendría a dar la razón a quienes piensan que para rendir profesionalmente al máximo, mantener una existencia equilibrada y no amargar al prójimo con nuestras histerias, manías o intemperancias, es imprescindible cumplir a fondo y bien con lo que nuestra naturaleza sexual comporta.
Hasta se podría sacar la estimulante conclusión de que si los máximos dirigentes mundiales actuaran como Lula, haciendo tanto el amor como él recomienda y practica, serían menores los riesgos de guerra que de continuo intimidan y acechan la marcha del planeta.
Félix Población
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