La trampa. Emmanuel Bove. Ediciones Barataria. 2011.
«Le reconfortaba ver a franceses que ponían por encima de su propio interés la solidaridad entre quienes han nacido en el mismo suelo».
Página 52.
«-Gracias, gracias- dijo con esa necesidad de amor, o mejor, de fraternidad, con esa expresión de agradecimiento, de candor y de profunda sinceridad a la que los policías no prestan ninguna atención cuando su jefe te considera culpable, pero que les conmueve viniendo de un hombre al que se ha hecho justicia».
Página 98.
«Cuando se está tan lejos de otras personas como en ese momento él lo estaba de Yolande, hablar es como ensanchar un foso; no había nada que hacer».
Página 158.
«Le parecía increíble la rapidez con que las personas se resignan ante la desgracia y construyen un nuevo futuro sin pensar en lo que han perdido».
Página 165.
Lo más sorprendente de la novela de Emmanuel Bove de la que vamos a hablar aquí no es el marco en el que se desarrollan los hechos (la Francia ocupada de la Segunda Guerra Mundial) sino que su protagonista no tenga, en su a veces delatadora simpleza, carne de héroe ni de mártir, aunque finalmente lo sea. De hecho uno de los personajes de la obra le describe con un solo adjetivo:
«Estaba a dos pasos de la mesa, cuando escuchó al alto funcionario policial, que no había previsto tan extraña media vuelta, decir a Saussier sin levantar la cabeza de sus papeles: <<El Bridet éste es un pelagatos…>>».
Página 98.
Y no se puede decir que ande del todo desencaminado. A pesar de ser periodista y patriota «el Bridet éste» que protagoniza La trampa es un «simple» sin remedio que por removerse y hacer ruido se hace notar, para su desgracia. Tiene algo de castillo kafkiano este relato en el que el protagonista, que quiere salir de Francia para unirse a de Gaulle, no hace más que cacarear en voz alta y disimuladamente, sus intenciones, como si con eso los franceses que gobiernan nominalmente la Francia ocupada, fueran a darle vía libre. Por supuesto los efectos son todos los contrarios a los deseados y cuanto más él y su esposa, Yolande, llaman a antiguos amigos, gentes del gobierno e incluso generales alemanes, más evidencia van dejando de las intenciones del pobre periodista, y dejando más la impresión de que es un pez gordo que quieren liberar a toda costa. Por supuesto el sujeto cada vez queda más perdido en la jaula o laberinto judicial-carcelario.
Uno se asombra al leer una novela de estas características y, sin embargo, ¿no es realmente mucho más realista hablar de esta gente cotidiana, de espíritu poco agudo, y falta de valor, que poblamos la tierra con abundancia que del «héroe», del «mártir» o del sujeto de una trágica o imposible historia de amor?
Emmanuel Bove nos enfrenta a la verdad de un mundo terrible cuando no somos sino pequeñas marionetas que corren sin saber hacia dónde las llevan; a una crueldad y una angustia que se va destilando de forma «natural» en tan terribles circunstancias. Por eso, aunque quisiéramos gritarle a Bridet: ¡No lo hagas!, ¡No salgas! o ¡Deja de dar oídos a sordos!» probablemente, acorralados por una situación que nos supera terriblemente, atemorizados, acosados y privados de toda información para saber qué paso tomar, adoptaríamos las mismas estrategias atolondradas y sin malicia que el protagonista de esta trampa que cae presa de su propio queso.
La narración, que comienza lenta y espesa, propia de un detallado calvario que se describe desde sus comienzos casi frívolos, adquiere un gran ritmo al final, dejando casi en el esqueleto de la acción las últimas páginas, en las que el final se adivina como inevitable.
La maestría del autor es total. Nadie podría acusarle de exagerar los hechos en exceso. Probablemente nadie podría ver faltas de verosimilitud en su historia. Su pluma resulta impecable a la hora de imaginar los hechos sucediendo de forma encadenada, casi coherente… en la locura circundante de un mundo totalmente irracional y violento, sin más regla que la guerra solapada y la falta de libertad impuesta por los conquistadores.
Una novela para auténticos indignados, para aquellos que quieran pensar en lo que fuimos y en lo que somos frente a sistemas grandes e imparables, como apisonadoras, que no pueden defenderse cuando la democracia es barrida por el totalitarismo. Un libro para hacernos pensar sobre nuestras reacciones frente a aquello que nos supera, que nos sobrepasa. Un libro para no olvidar lo pequeños y lo simples que podemos parecer cuando nos faltan los asideros de las certezas.