Disonancias, 25
Por fin se ha estrenado la tan cacareada película. Antes hemos sufrido el bombardeo de su proyecto, de su arranque y de su puesta de en escena. Ya la tenemos. La tele conseguirá probablemente que sea un éxito de taquilla. Independientemente de su calidad, que no se juzga aquí. Sólo el procedimiento de publicidad, aparentemente gratuita, en un medio público.
Hemos llegado a un punto en nuestra convivencia informativa que responde al viejo proverbio de que quien tiene padrinos se bautiza. El territorio televisivo es tierra de nadie, lo cual, dada la proximidad de los extremos, se convierte en tierra de todos. Así, cualquier realizador cinematográfico, cualquier artista, cualquier escritor puede dar a conocer su obra reciente utilizando los medios públicos. Dejemos de soñar.
Ese procedimiento tendría unas consecuencias fabulosas para el progreso de lo que llamamos cultura intelectual, que en nuestro país nunca ha sido especialmente favorecida por los poderes públicos. Ellos saben que un pueblo que reflexiona es más difícil de engañar y, por lo tanto, de gobernar.
Todo tipo de regímenes, cualquiera que sea su denominación o su ideología, están soportados por unas bases bastante inamovibles. Pueden ser de tipo económico, financiero o social. Bases que tienen su propia filosofía del comportamiento humano y que se abonan al decir de Antonio Machado que sigue teniendo vigencia casi un siglo después de su enunciado: de cada diez españoles, uno piensa y nueve embisten.
Así que es mejor no mover mucho las cosas, a pesar de que en las paparruchas programáticas de los partidos que aspiran a gobernar, sean cual sean sus siglas y su presunta ideología, se aboga por potenciar y favorecer la cultura del pueblo. Y evidentemente se promocionan algunos productos con escándalo general por el partidismo con que se hace y por la arbitrariedad que representa.
Llegar a realizar la película número 18 en una carrera profesional, por muy brillante que se pretenda –aunque hay gustos para todos y son bastantes quienes detestan ciertas cinematografías domésticas– no es mérito suficiente para que durante tres días y tres noches hace unas cuantas semanas, antes del estreno, hayamos sido bombardeados los espectadores telespectadores con la información correspondiente sobre dicha película, con manifestaciones reiteradas del director y de los principales actores de la cinta.
Como no soy persona del gremio puedo permitirme el criticar crudamente dicha estrategia publicitaria. Si yo fuera un realizador cinematográfico, quedaría muy mal que hiciera semejantes declaraciones porque se atribuirían a envidia, además de cerrarme el camino en los ambientes oficiales que han propiciado esta arbitrariedad. No estoy negando el valor intrínseco de la película tan profusamente promocionada, que no he visto aún, sino cuestionando el procedimiento de su lanzamiento a través de una cadena pública, por muy genial que algunos consideren a Pedro Almodóvar.