“Se hallaba sentado al borde de un océano gris y poco incitante al baño, contemplando por encima del hombro el páramo que había dejado atrás. Paralizado, sin atreverse a lanzarse a las tenebrosas aguas que se abrían ante él y sin poder volver atrás a las llanuras sin límite o a las escarpadas montañas que había atravesado hasta llegar a las tristes playas del presente”.
Páginas 19-20.
“Es triste el destino de una madre: darlo todo, en los mejores años, para luego ser inevitablemente rechazada por aquellos a los que ha entregado toda su vida. Quien construye su sueño sobre la materia voluble del hombre vive continuamente al borde de un abismo, arriesgándose a precipitarse en el vacío del desengaño”.
Página 40.
El suburbio de la tía Presen era un lugar sin alma, un desastre urbanístico y social que se remontaba no sólo a los despachos franquistas sino, más allá, a los sueños de la Bau-haus. El sueño de la razón produce monstruos y monstruoso era en verdad aquel entramado de hormigón y asfalto alzándose en medio de las bellas lomas mediterráneas de Collserola.
Página 65.
Después de la lectura de Charlie, su segunda novela, ganadora del V Premio Terenci Moix, sentí la inquietud de rastrear los orígenes literarios de su autor. Fue así como llegué a Las dimensiones del teatro, una novela en la que se puede oler, rastrear y recordar otras obras, independientemente de que Rafael Peñas las haya leído o las tuviera en mente cuando escribía. Así, por ejemplo, en la concatenación de eventos a veces extraordinarios me ha recordado a El otro barrio de Elvira Lindo. En la perfección del personaje Ciprián Cegrí he visto espejismos de El metro de platino iridiado de Álvaro Pombo. Y en tu continuo homenaje a las obras Macbeth y Un tranvía llamado deseo motivos más que suficientes para el título (por cierto muy bonito, casi de ensayo, pero de ensayo con tintes poéticos).
El autor no da tregua a ninguna postura política cuando le parece injusta o falsa, meras poses a veces, justificaciones para horribles realidades otras. Así no tiene reparo alguno en criticar la hipocresía de muchos franquistas y el provincianismo exagerado del régimen dictatorial por ejemplo, como tampoco en poner al descubierto esa máscara de solidaridad con la que se venden muchos supuestos militantes de la izquierda, tras la que subyacen los mismos intereses egoístas que en el resto de las personas. Lo sorprendente es esta independencia, esta honestidad de identificar y describir los comportamientos, estén pintados de un color o de otro.
En la obra hay varios puntos álgidos. Para empezar el minucioso y profundo relato de la «caza» sexual entre hombres anónimos, con el frío vacío que despierta la depresión post coital cuando ningún lazo emocional une a las personas que practican sexo y llegan a ese intenso momento del orgasmo, tan próximo a la muerte, según dicen, para después caer en picado con el miedo que la soledad humana provoca. Para continuar las imágenes como la Barcelona nevada, tan desolada como el protagonista; o la somnolienta espera en el aeropuerto recordando un pasado familiar al que se vuelve tras diez años. Siguen los aciertos con una observación profunda de la arquitectura moderna, pretendidamente social, y brutalmente hormigonada e impersonal. Esta observación va seguida del análisis de las consecuencias que esas estructuras tienen en la vida diaria de las personas; como las casas y los barrios configuran la vida de quienes las habitan. Este recurso lo ha utilizado el autor en producción posterior siendo no un mero instrumento, sino un elemento transversal de su obra, algo como un estudio sociológico y psicológico del espacio habitacional y la fisonomía de los bloques residenciales contemporáneos. Y, por terminar por algún sitio la soberbia descripción de la familia andaluza que emigra a Barcelona… los arquetipos de la madre fuerte, el padre obrero y colaborador, las familias que emigran juntas y se apoyan, sus comunes recuerdos y su construir su vida y la de sus familias en tierra española, pero no la propia, con gran esfuerzo y un continuo sacrificio que se asumía como normal.
Es de destacar la discreción con la que Rafael Peñas llega a una escena de sexo y la sugiere casi de puntillas, como esas películas de los años cincuenta donde se veía a los protagonistas en una habitación, se miraban, se cerraba la puerta y el resto ya era cosa del espectador, un mundo sexual con el que soñar con los grandes mitos y las grandes divas (y divos). En una sociedad desbordada de sexo explícito desde la publicidad hasta las películas, pasando por determinados premios literarios que buscan en el morbo un público fácil y numeroso rompe el esquema el autor, describiendo sin pudor lo que considera necesario para la historia pero dejando a la imaginación del lector los detalles más íntimos desde el punto de vista físico, no así psicológico. Y al llevar la contraria a la corriente mayoritaria se arriesga pero acierta porque es fiel a su propio estilo y forma de narrar.
Si tuviéramos que señalar algo en lo que la obra puede parecer forzada sólo podríamos mencionar un final con tintes de de cuento de hadas inmerso en la inmensa tragedia familiar. El personaje Ciprián Cegrí, dechado de virtudes casi inhumanas, príncipe azul joven y sensato a un tiempo, dadivoso y rico por herencia, da soluciones a la mayoría de los problemas del protagonista desesperanzado atando demasiados cabos. La concatenación de sucesos encaja tan perfectamente que tiene aspecto de puzle hecho a medida de los deseos de Dionisio, el protagonista (y hasta cierto punto antihéroe).
Una obra interesante, sincera, cercana, sobre la maduración, la pérdida de los sueños de juventud y la necesidad de mantener la esperanza en todo laberinto o mar proceloso porque la vida sigue. Novela valiente que entra en el mundo de los desilusionados, de los que se sienten fracasados, de los rebeldes que vieron como el capitalismo todo lo devoraba (para mal o para bien) y de aquellos que sucumbieron a los encantos de las drogas -especialmente la heroína- en los ochenta. El coraje de Rafael Peñas cuando retomaba el tema de VIH (que ya no vende) en Charlie, se repite aquí cuando aborda el mal uso de las drogas, como camino de destrucción propia y familiar. Si bien el protagonista aún mantiene una cierta «idolatría» por el rebelde que consume esas drogas, y su constancia en el rechazo al sistema general, el uso de las sustancias prohibidas y el mundo que lo rodea, tan idealizado por su relación la siempre reivindicada Movida Madrileña, se ve con otro prisma, mucho más real y humano, sin dotar a esta tragedia de la pátina de oro y encanto, de contracultura y tinte artístico que otros han querido dar a un drama muy mal entendido por parte de la sociedad de la transición.