Sociopolítica

Las ideas son como las cerezas

LAS IDEAS SON COMO LAS CEREZAS. Del refranero sefaradí.

Es judío. Es israelí. Es activista pro-árabemusulmán. Tras leer la reseña, me pregunté: ¿Qué educación le habéis dado para que se haya vuelto tan cafre? ¿Cómo una criatura de D-s puede morder con tanta saña la ubre que lo amamantó? Es cierto que, como decía Don Quijote, no se debe ser siempre riguroso, ni siempre blando. Y mohíno quedo. Pero la verdad adelgaza y no quiebra, y siempre nada sobre la mentira como el aceite sobre el agua, aleccionó también el de La Mancha. Tan cierto como que Meir Margalit, de quien hablamos, llegó a Israel siendo un veinteañero, época vital en la que los recién estrenados ideales son como la coraza protectora del ser que los porta. Y los esgrime, como Margalit. Porque su aliáh le facilitó vivienda primero y después lo montó sobre el caballo de la guerra, participando en la del Yom Kipur. Al parecer, la sangre derramada que lastimó su hiperestesia fue la musulmana. La suya propia solo sirvió para iniciar el proceso que él ha llamado de inflexión y cualquier castizo sefaradí denominaría canguelo. Púsose a resguardo tras la careta del buenismo y, bajo ella, destiló el consabido discurso-replanteo de las ideas propias: Llegó convenciendo y convencido de su sionismo de derechas, pero el primer rifirrafe de la primera contienda no solo le hizo desistir, sino darle el cambiazo a su rol en la obra, arrepentido de su sionismo. «Entendí que cada ideología tiene su precio, y yo no estaba dispuesto a pagar el precio de la conquista. No vale la pena morir por territorios», subrayó no hace mucho tiempo en España, en Madrid, en la Casa Árabe. Como de un doloroso pecado, se arrepintió de haber sido siquiera un instante partícipe de los sueños, de las ilusiones puestas por tantos y tantos judíos en el empeño de construcción de Israel Judío. Repudiando su condición, pero no los beneficios, Meir trocó su militancia judía por la pasiva contemplación de las matanzas de hermanos y conciudadanos por parte de los terroristas que, activando con sus mugrientos dedos los explosivos sirios e iraníes, pretendían conseguir mediante el terror lo que pacíficamente les fue ofrecido y con tanta tirria rechazaron.
Margalit, es miembro fundador del Comité Israelí contra la Demolición de Viviendas, de árabes-musulmanes, por supuesto. No podía ser de otro modo, habida cuenta que sin miedo a su propio desdoro manifiesta que no confía en los gobiernos de Israel, en cuya lógica coincidimos por comodidad, cada uno con los de su país, pero rompe la baraja manifestando, de seguido, su desconfianza en el pueblo de Israel, porque “está pasando un proceso de derechismo radicalizado, muy atrapado en mitologías de corte religioso que ven esos territorios como la cuna del pueblo hebreo. Considero que lo que hemos robado hay que devolverlo inmediatamente y sin ninguna condición previa. Y después negociaremos la paz”. Estas palabras son a mi entender absolutamente indigeribles, pronunciadas por un judío que no solo ha hecho aliáh, ha colaborado y se ha beneficiado de los logros sociales de Israel, sino que ocupa puestos de alguna relevancia en esa misma sociedad. Todos tenemos derecho a reconsiderar nuestras convicciones, pero al ejercerlo adquirimos la obligación moral de ser consecuentes con nuestras consideraciones. Así, Meir Margalit, convencido de que la tierra que pisa no le pertenece como judío, debería haberse marchado hace tiempo.
Así, con el rostro duro y el alma huérfana de honestidad, y en respuesta a una pregunta sobre la idoneidad del anunciado referéndum, aconseja a los gobiernos del mundo -civilizado, supongo- ejercer sobre Israel, su País aunque lo malbarate, una presión de lo más dura posible a fin de debilitarlo sensiblemente para que “devuelva los territorios ocupados”. Sin embargo, aun reconociendo que sus propias ideas “surgen más de las tripas que de la cabeza”, mantiene que pese a todo, Israel debería volver a las fronteras previas al 67, a pesar de que gracias a los esfuerzos y sacrificios de sus hermanos en Tzahal, él, mientras fue sionista de derechas convencido, fundó el asentamiento de NetZarim, en la franja de Gaza. Ahora vislumbra esperanzado que para 2015 o 2020 Jerusalén tendrá un alcalde árabe musulmán.
A estas alturas sería huero intento, por repetido, explicarle a este disidente la historia de la tierra a la que mancha con sus zapatos, aunque cuesta trabajo callarse que Jerusalén, la que desde su Comité pretende convertir en cajón de sastre, es la ciudad más sagrada del judaísmo; también es importante para el cristianismo y el islamismo, pero menos, bastante menos. Jerusalén sólo ha sido Capital de un estado: del Estado Judío. Argumentos históricos los hay y abundantes desde el Rey David. Pero, puestos a ser rotundos, es que existen otros argumentos, más recientes y prosaicos, pero igual de válidos: las leyes de la guerra, las leyes validadas internacionalmente. Israel reunificó Jerusalén gracias a su victoria militar sobre Egipto y Jordania. Tras ella, Israel pasó a administrar Judea y Samaria, así como Gaza, que desde la guerra de 1948 habían sido ocupadas por Jordania y Egipto respectivamente. Como quiera que ambos territorios formaban parte del estado árabe ofrecido por el Plan de Partición de la ONU, a establecer junto al Estado Judío de Israel y fuese rechazado por las naciones árabes, consecuentemente, esos territorios, todo lo más, pasarían a ser territorios en disputa y no ocupados, con un destino susceptible de ser negociado en un futuro Tratado de Paz. Que en la época existían colonos árabes en ambos lugares es innegable, pero eran pastores y agricultores sin nacionalidad, que nadie había desplazado de sus asentamientos. Por el contrario, los poblados judíos del pasillo Jerusalén-Belén fueron destruidos y sus habitantes masacrados por las tropas árabes en 1948. Los hijos de esos habitantes judíos fueron los primeros en asentarse en el sitio tras la guerra de 1967. ¿Quién con más derecho?
En el caso de las viviendas ilegales demolidas no hay disputa. Jerusalén es la Capital del Estado Judío de Israel, con un gobierno municipal israelí y así será para siempre, por mucho que la Liga Árabe y sus voceros occidentales se empeñen. Pero hay más, y es que Jerusalén tiene una zona metropolitana que también es Israel, donde existen unas leyes acordadas democráticamente que obligan a todos sus ciudadanos, a pesar del deprimente Comité de Margalit, y si alguien construye un habitáculo sin autorización municipal pasará por los tribunales. En mi pueblo, por decisión del alcalde, el infractor será sancionado y la construcción demolida. En Jerusalén son más perfeccionista y son los jueces los que calibran la falta y dictaminan la sanción. Es el imperio de la ley.
Mas, si la osadía de Meir Margalit llega hasta poner en cuestión la legalidad de las demoliciones de las viviendas de los terroristas, o no es judío, o no es israelí, o no tiene sangre en las venas. Ya le susurro: Es el Imperio de la Ley.

Haim.
http://haimfer.blogspot.com/

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.