Era curioso. El eco de la escalera de mi casa aumentaba el sueño de las palmeras. Me asomaba, una y otra vez, a los peldaños para sentir en aquellas ficticias “tablas” todas las palpitaciones que experimenta el cantante solista.
Era curioso. Ese rellano hacía las veces de local de ensayo diario. Justificaba el hueco de la soledad de la casa y allí estrenaba la vestimenta del “show” de engaño, y hasta inclinaba la cabeza para recoger los aplausos imaginarios.
Era curioso… Y todo, por aquellas palmeras de Alberto Cortez.