Sociopolítica

Las razones del corazón

Todos los que tenemos cierta edad recordamos la importancia que se ha dado a la inteligencia pura y dura en la educación. El primero de la clase era el más dotado para pensar y memorizar. La fuerza de nuestros sentimientos o la capacidad de imaginar no aparecían para nada en nuestro boletín semanal de notas. Sin embargo, no eran estos niños  “listos” los que luego se manejaban mejor en la vida. Nuestra sociedad ha sido hasta hace poco, si no lo sigue siendo, eminentemente racionalista.

Quizás habéis escuchado alguna vez este relato:

Un hombre picaba en una cantera, sudoroso y contrariado. Alguien le preguntó:

– ¿Cuál es su trabajo?

Y contestó con pesadumbre:

– ¿No lo ve? Picar piedra.

No lejos de allí otro hombre picaba también sudoroso y molesto. Alguien le preguntó:

– ¿Cuál es su trabajo?

Y contestó con pesadumbre:

– ¿No lo ve? Tallar un peldaño.

Finalmente un tercer individuo picaba, pero transpirando alegre y distendido. Alguien le preguntó:

– ¿Cuál es su trabajo?

A lo que contestó con media sonrisa:

– Estoy construyendo una catedral.

Esta pequeña historia ilustra bien lo que influyen las emociones en nuestras formas de conocimiento. El tercer hombre era feliz realizando exactamente el mismo trabajo que los dos anteriores porque se sentía emocionalmente motivado. ¿Por qué algunas personas parecen dotadas de un don especial que les permite vivir bien, aunque no sean las que más se destacan por su inteligencia? ¿Por qué no siempre el alumno más inteligente termina siendo el más exitoso? ¿Por qué unos son más capaces que otros para enfrentar contratiempos, superar obstáculos y ver las dificultades bajo una óptica distinta?

La  respuesta viene de la importancia dada a la inteligencia emocional, término popularizado por Daniel Goleman, que la define como “la capacidad para reconocer sentimientos propios y ajenos, y la habilidad para manejarlos”. El autor de este famoso bestseller estima que la inteligencia emocional se puede organizar en cinco capacidades: conocer las emociones y sentimientos propios, manejarlos, reconocerlos, crear la propia motivación, y gestionar las relaciones.

Teniendo esto en cuenta, no es de extrañar que hoy día se calibre en el currículum vitae de las personas candidatas a un puesto de trabajo también su estado emocional, ya sea a través de dinámicas grupales, de la grafología, y de otros diferentes tipos de test psicológicos que permiten conocer e identificar la sensibilidad del aspirante más allá de sus calificaciones académicas, referencias y experiencia.

Como personas que somos, es imposible pensar que podamos vivir sin emociones. Las sentimos, enfrentamos y experimentamos como seres individuales y de forma  colectiva en las personas con las que nos toca compartir la vida, desde la familia, la organización donde trabajamos al taxista, el restaurante o la discoteca. Los artistas siempre supieron que su intuición creadora alcanza cotas que van más allá de la mera razón.

Ya lo dijo Saint-Exupéry: “Sólo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible para los ojos». O Alfonso Reyes:

¿La emoción? Pídela al número

que mueve y gobierna al mundo.

Templa el sagrado instrumento

más allá del sentimiento.

al solícito y al rudo.

Nada temas, al contrario,

si en el rayo de una estrella

logras calcinar la huella

de tu sueño solitario.

Pedro Miguel Lamet

Periodista y escritor

www.telefonodelaesperanza.org

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.