Llora guitarra, llora. Deja que se escurran por entre tus cuerdas de metal las lágrimas que te arranca George, que está en los cielos. Deja que se desprenda suavemente tu sonido lastimero, aunque provoque heridas en los corazones ya huérfanos por este veintinueve de noviembre amargo y traicionero. Deja que se esparzan tus lánguidas notas sobre las aguas gruesas del Mersey, y río abajo naveguen con denuedo hasta ir a parar a la mar de la inmortalidad, que es el credo de Harrison. Deja que tu melodía, de acordes austeros, atraviese el tiempo por encima de los cuatro elementos y desde el mundo de los devas purifique, como humo de sándalo nuevo, las almas que se quedaron desvalidas a mitad del sendero.
Llora guitarra, llora. Deja que Liverpool se humedezca por entero y rezume cánticos de gloria y alabanza al dulce Señor, al que George tocaba y tocaba para aprender la caritas sin miedos. Deja que Hare Krishna se coree por las calles y las plazas de este lugar marinero, y las tablas, las campanillas y las panderetas lo inunden todo en un maremágnum festivo y doloroso. Deja, guitarra, que George Harrison se quede impreso para siempre en el firmamento como un lucero brillante y silencioso.
Foto: extraída del libreto de www.theconcertforbangladesh.com.
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