Lo que queda de mí. Sergi Férez. Ganador XIV Premio Odisea.
«Me sorprendí, como la mayoría de los invitados, porque aunque hacía más de quince años que vivían juntos siempre habían sido muy reticentes al matrimonio. Hubo gente que incluso bromeó con el hecho de que alguno de los dos se hubiera quedado embarazado».
Página 14.
«Uno puede estar sumido en la más profunda de las tristezas, atravesando una época negra, desesperante, oscura pero el mar siempre te devuelve a tu lugar. Dicen que es porque tiene el mismo nivel de decibelios que escuchamos cuando gestamos en el vientre de nuestras madres y el subconsciente nos trasporta a esa tranquilidad”.
Página 29.
El ganador del XIV Premio Odisea es una novela dulce, suave, de las que entra con facilidad porque tiene ese «poco de azúcar» que decía la de tan de moda Mary Popins.
Las historias que se nos cuentan no son precisamente alegres: la muerte, la orfandad, la depresión, la soledad, la homofobia… llenan estas páginas, pero el autor ha sabido montar a un personaje encantador, positivo a pesar de sus grandes tristezas, colaborador, que nos relata su renacimiento personal y sentimental y canta una elegía a los amigos que siempre están ahí. Los que verdaderamente nos «salvan».
La lectura se hace sin complejidad alguna: el lenguaje es sencillo y la estructura, si no completamente lineal sí muy clara cuando da «saltos» al pasado.
Hay, dentro de esta llaneza dos puntos que me gustaría destacar.
El primero es la visión positiva del homosexual. En diversas ocasiones no sólo el protagonista sino sus amigos, sus parejas, o personajes que cruzan fugazmente la obra, sin rostro ni nombre, pero sí de orientación sexual clara, se comportan de una forma honrada, cariñosa, comprometida, dulce, agradable, educada.
Recuerdo, hace una década, cuando era más fácil encontrar referentes negativos (la «marica mala») incluso en las propias novelas escritas por los homosexuales. Si bien en este punto podríamos pensar que el autor peca de inocencia creo que acierta doblemente al presentarnos a un protagonista que mira al mundo con benevolencia, con bondad, y que por tanto nos transmite buenas vibraciones y sentimientos de cercanía hacia los homosexuales. Claro que estamos ante una parte del colectivo, pero esa parte existe y es gran idea hablar de ella.
Otro punto a destacar es la línea blanda (eróticamente hablando) que algunos de los libros de esta editorial toman. El protagonista es, digamos, recatado. El sexo, siempre un acto de amor que no se detalla, eso es intimidad de los personajes. Por una parte parece que los homosexuales tienen que obviar todo aroma a sexo si quieren ser aceptados por la sociedad en general (está mucho mejor visto un homosexual profesional en su rama, vestido de traje y hablando de la bolsa, que un homosexual vestido de plumas y tanga que se gana la vida del espectáculo, por no decir un homosexual que se gana la vida en el mundo pornográfico). Pero por otro lado es cierto que existe una importante parte del colectivo que tiene una atemperada pulsión sexual y que ha pasado desapercibido bajo las capas de morbo y escándalo que tanto venden. Por lo tanto entendemos esta novela como una reivindicación de todos esos homosexuales «románticos» y «castos».
«Lo que queda de mí» es una obra que abunda en la muerte de la pareja y la culpabilidad que sobreviene al superviviente, una novela sobre la capacidad de regeneración, donde se nos muestra que el corazón siempre puede tener espacio para más amor porque el amor no es finito. Se puede seguir queriendo a la persona que falta aunque se ame a quien llega, por primera vez o no, a nuestra vida de forma especial. Es un discurso contemporáneo sobre la salud emocional y la capacidad de mantener vivo el recuerdo del ser amado sin que ello paralice la existencia del viudo. ¿Cuánto debe durar un luto? ¿Cuándo es un luto auténtico?
Finalmente, el discurso más interesante y audaz es el que se genera sobre la orfandad. El autor nos presenta a un protagonista al que abandonan a la puerta de un convento de monjas y es criado por una de ellas hasta la edad de seis años. Ya es valiente por su parte hablar bien de la monja y su labor como «madre» o «cuidadora» cuando en el colectivo homosexual todo lo que huele a religión católica encuentra una parte de rechazo (lo cual no es de extrañar teniendo en cuenta la situación actual). Pero hete aquí que la pareja del protagonista, un chico joven en comparación, sufre otro tipo de orfandad: la orfandad de los padres homófobos que no pueden o no saben o no quieren aceptar la orientación sexual de su hijo que sufre con la situación. ¿Qué es peor? Esta es la pregunta que parece plantearnos el autor a la luz de sus comentarios a lo largo de la historia.
En definitiva una doble narración romántica para lectores que no buscan grandes acrobacias literarias; grandes dosis de bondad, amor y amistad por «metro cuadrado»; y un desenlace algo previsible que hace honor al título del ganador del Terenci Moix de este año hermanando, en cierto modo, ambos premios.