Y a mí, en cambio, me toca hoy disentir del señorito, como diría Umbral, que también es sagrado. Espero que no me lo tome en cuenta.
Mira, Pedro… Acabo de oírte en ELMUNDO.ES y la sangre me hierve. Regular es desnaturalizar. Mil veces preferiría, y me duele lo que digo, la prohibición de los encierros a su mutilación, pues mutilación no sólo de un rito ancestral (muy anterior, por cierto, a la aureola literaria que Hemingway añadió a la fiesta), sino de una pulsión del alma que se remonta al sexto día del Génesis, es lo que tú propones.
El anhelo de la vita pericolosa, consustancial a la naturaleza humana, no responde a capricho de algunos, sino a voluntad de aprendizaje, de forja, de firmeza y, en definitiva, de perfección. Vivir no importa, decían los clásicos. Navegar, sí.
Tú deberías entenderlo mejor que nadie. Sabes, como lo sé yo, que los corresponsales de guerra, por ejemplo, y Hemingway lo fue, y yo lo fui (y con gusto, y con tu venia, volvería a serlo), no nos vamos al teatro de los acontecimientos sólo por profesionalidad o por obediencia debida a personas como tú, sino por algo más. Es la atracción del peligro y del abismo. Es el vértigo de la acción. Es una vocación. Es un modo de ser. Es un estilo de vida.
¿Has corrido alguna vez un encierro? Yo, sí. Muchas, en Pamplona (con Ordóñez, nada menos), en Soria, en Cuéllar, en otras partes… Lo hice hasta el 200l, en la sanjuanada de Valonsadero, con sesenta y cuatro castañas a cuestas. Y te aseguro, Pedro, y te lo asegurará cualquier mozo pamplonica, que esa embriaguez sagrada -sagrada, digo- es éxtasis, vuelo místico, formidable subidón de felicidad.
¿Quieres privarnos de ella? ¿Quieres poner coto al libre albedrío? ¿Quieres encerrar el riesgo entre cuatro paredes y convertirlo en parque temático? ¿Quieres arrebatar al hombre su dimensión heroica? ¿Quieres que los encierros sean como la cerveza sin? ¿Quieres convertir en deporte un sacramento?
¡Por Dios! ¡Todo el mundo, hasta los niños, sabe que correr delante de un cuatreño es jugarse la vida! ¿De verdad deberíamos recordárselo a los mozos sanfermineros con un cartelón como el de la piorrea en las cajetillas de tabaco?
Cuando un toro en puntas sale a la calle, el mundo se pone patas arriba. Esa es la gracia. Quítasela y tendremos un muermo.
Desde la Revolución Francesa, que culminó casi dos siglos después en el mayo de París, Europa (no así Estados Unidos) confunde la sociedad con el Estado y atribuye a éste las funciones de regulación que sólo a aquélla incumben. El resultado tiene nombre: se llama despotismo. En él andamos.
¡Por favor! Que los políticos no me digan lo que tengo que hacer en todo aquello que no sea infringir la libertad del prójimo. No los pago para eso.