Así se titulaba el articulillo que publiqué el sábado en el periódico. Me habían llamado a las dos de la tarde para pedirme, a matacaballo, que terciase en la polémica generada por el encierro del viernes. Estaba yo terminando de corregir, a matacaballo, la versión definitiva de mi libro sobre Soseki y tenía que preparar, a matacaballo, la conferencia que unas horas más tarde, a matacaballo, iba a dar en Soria. Era, pues, muy difícil, casi imposible, atender a la petición de El Mundo, y sin embargo, a matacaballo, la atendí. Periodistas somos y el periodismo funciona a matacaballo. Envié el artículo y me enfrasqué en lo demás con la satisfacción del deber cumplido. ¡Cuál no sería mi sorpresa cuando, al día siguiente, releyendo, ya impreso, lo que había escrito, me di de narices con tres correcciones carentes de justificación semántica que sólo servían para afear mi estilo. Y el estilo, en los escritores, lo es casi todo, porque la literatura, como recordaba con ferocidad de lobo Paul Valéry, es algo que se hace con palabras. Sé que al lector le parecerá todo esto una minucia, pero fue, según Stefan Zweig, la fimosis de Luis XVI, otra minucia, lo que desencadenó la Revolución Francesa, así que detallo las enmiendas. Donde yo dije, dirigiéndome a Pedro Jota, «acabo de oírte en elmundo.es» manos desconocidas añadieron: «acabo de oírte hablar de la mañana sangrienta de Pamplona», con la agravante de que media línea después se repetía la palabra «sangre». ¡Bingo! El estilo a tomar por saco. ¿A qué ton, me pregunto, ese retoque? Sigo. Donde dije «pues mutilación no sólo de un rito ancestral (…) es lo que tú propones» alguien puso: «que es la mutilación (…) que es lo que tú propones». Tres «ques» en vez de uno, un «pues» desaparecido y un «la» de matute. ¡Hale! La sintaxis, la inteligibilidad y el estilo a tomar vientos. Y, por último, lo más gordo: donde dije, hablando de los políticos, «no los pago para eso» una mano nada inocente, porque la movía, supongo, la corrección política, puso «no quiero pagar mis impuestos para eso». No me había sucedido nada igual desde que hace muchos años otra mano políticamente correcta me adjudicó la expresión «empleada de hogar» donde mi pluma había puesto «criada». Confío en que Víctor de la Serna, Arcadi y Oz, en cuyas jurisdicciones se inmiscuye esta columna, salgan en mi defensa. Lo sagrado, efectivamente, no se toca. El estilo lo es. Disculpen la rabieta y el desahogo.
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Sobre el Autor
Jordi Sierra Marquez
Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.