Parece que al hombre no le basta con su vida “real”, tan trabajosa y compleja por otro lado, y necesita crear otra vida ficticia, virtual. Desde nuestros abuelos de Altamira hasta el video y la cámara digital, pasando por la gran tradición pictórica y escultórica de Occidente, hay un hilo conductor que no es otro que la necesidad de “duplicar” la vida, de detenerla y congelarla en imágenes.
Ahora bien, lo que antes suponía una excepción, un rito de carácter casi sacro (recuérdense las imágenes solemnes, encorsetadas de las fotos de nuestros abuelos), hoy se ha hecho algo tan cotidiano como el respirar, tan repetido que las cámaras y grabadoras se han convertido en una nueva plaga que todo lo invade. Hay una función infantil en cualquier colegio, infaliblemente los padres sacan sus artefactos de última generación y apuntan a sus retoños como si estuviesen captando un hecho de trascendencia histórica. En cualquier acto, reunión, sarao, sea público o privado, de interés o anodino, siempre hay alguien que desenfunda su móvil y apunta como un cowboy de las antiguas películas. Todo se graba, desde la charla insustancial de cualquier político en un pueblo perdido hasta cualquier actividad escolar, cultural, cívica; desde la escena familiar a lo íntimo y hasta escabroso. Hace días que observé un grupo de jóvenes que cantaban y lo pasaban bien de forma espontánea… hasta que uno de ellos sacó su móvil uy comenzó a grabar. Se perdió el encanto, se evaporó el hechizo del momento irrepetible; ahora no vivían, sino que actuaban.
Y hay una segunda parte de esta historia: esas imágenes y grabaciones pasan de móvil en móvil hasta aposentarse en la Red de Redes y allí se eternizan para siempre en el infinito mar de imágenes y sonidos.
¿Qué consecuencias tiene este fenómeno hasta ahora inédito en la vida de la humanidad? Por lo pronto esa Realidad B, ese duplicado que antes tenía siempre cierto carácter solemne, lo pierde, convirtiéndose en cotidiana y vulgar. Por ende, también la Realidad A -la auténtica- pierde su excepcionalidad. Si todo es digno de grabarse, en verdad nada es digno, nada es excepcional. Esa magia propia del arte, que sublima la realidad, que la transforma en una categoría superior y distinta se diluye.
Otra consecuencia, la más grave, es que lleguemos, ante la dimensión y la omnipresencia de la Realidad B, a confundirla con la Realidad A; y perdamos el norte más importante: saber dónde estamos y en qué consiste nuestra vida. Puede haber gente -ya hemos visto casos dramáticos- que llegue a confundir los video-juegos con la vida y actúe en consecuencia, con catastróficos resultados. Esta confusión entre “lo vivo y lo pintado” (la expresión es de Antonio Machado) puede conducirnos a vivir en asépticas burbujas de realidad virtual. ¡Qué miedo!