Las nuevas plataformas sociales, especialmente Twiter, Facebook y LinkedIn, tan populares entre los jóvenes y no tan jóvenes de todo el mundo, permiten mantener un contacto prácticamente diario con aquellas personas de nuestro entorno que tenemos agregadas y validadas. En estas redes sociales compartimos pensamientos, música, fotografías, currículos, eventos importantes y toda clase de datos personales. Hasta ahí, todo es más que correcto e incluso cómodo para no despegarnos demasiado de nuestros «amigos».
El problema surge cuando entre nuestro listado de contactos se filtran nombres que apenas conocemos, contactos que son a su vez contactos de amigos de nuestro listado o lo que es más grave: contactos que nadie sabe quiénes son. Y es que aunque para Objetivo Birmania «Los amigos de mis amigos son mis amigos«, lo cierto es que estas prácticas, tan habituales, pueden llegar a ser peligrosas o nos pueden poner en más un aprieto …
¿Tenemos conocimiento de la información que dejamos al descubierto en las redes sociales? ¿ Sabemos la repercusión que puede tener que «desconocidos» merodeen por nuestra información? ¿Tenemos un sistema eficiente de protección que garantice nuestra intimidad y la de los nuestros? Rotundamente NO
A lo largo del año pasado realicé un pequeño experimento. Entré en mi lista de contactos de Facebook, en la cual tenía prácticamente 400 contactos, decidí borrar a aquellas personas con las cuales no tenía contacto desde hacía más de dos años, borré también a aquellas personas que no conocía de nada y que en algún momento nos habíamos agregado por algún motivo puntual, borré a aquellas personas que no me aportaban nada y sobretodo borré a aquellos «amigos de amigos», que no sé por qué motivo aparecían allí después de una cena, una quedada puntual o un bautizo y que conocía de unas escasas horas.Resultado: me quedé con 150 personas. ¿Qué motivo podía tener para que 250 individuos pudieran leer mis intimidades, ver mis fotos y cotillear mis post? Sinceramente no lo sé … Pero lo que sí tengo claro es que prefiero calidad que cantidad; y no me siento peor ni mejor que quien tiene 1.200 amigos, de los cuales conoce la vida de 100 y el resto son, simplemente paja.
He de reconocer, por otro lado, que las redes sociales tienen algunas ventajas: son caldo de cultivo para los cotillas, son una forma de entretenimiento para los que no tienen vida y lo más importante y siempre que, como en mi caso, se tenga en lista a gente de verdad, son una muy buena forma de mantener contacto con gente importante que está lejos o que por vicisitudes de nuestro día a día, es imposible mantener. Considero que es una forma práctica de enterarse de eventos puntuales o incluso, como me sucedió a mí hace un par de años: una forma para reunir a los compañeros de clase de la EGB, a las compañeras de la facultad o al grupo de la playa de cuando eras un chaval.
Por tanto, redes sociales ¿sí o no? Rotundamente SÁ, pero con precauciones. Sabiendo muy bien lo que se comparte y la repercusión que puede tener, con mucho criterio y sentido común, teniendo activadas todas las medidas de privacidad y, por supuesto, sabiendo muy bien a quiénes va a llegar la información que se publique, ya que recuerda: «LOS AMIGOS DE MIS AMIGOS, NO SON MIS AMIGOS» y ten claro que ninguna de estas plataformas, ni ningún WhatsApp, cambia, a mi juicio, un café con amigas o una tarde de cañas… y eso, estoy convencida de que no lo harías con alguien que no conoces apenas o que no tienes nada en común , ¿o sí?