…así que me perdí en mis propios confines. Sudando hielo desperté una mañana plomiza en la banqueta de un sucio callejón atascado de vómito, de sangre, de semen cuajado, de mi rostro. Me levanté de la dura almohada no sin gran esfuerzo y dolor, le pregunté a alguien la hora, la fecha. Eran las neurastenia y media del quinto día de un mes que no figura en el calendario. ¿En dónde estoy?, le pregunté después, pero no supo contestarme. En la esquina había un chico mascando pared, traté de interrogarlo mas con conseguí de él ni una palabra, sólo me miraba en espiral, lo cual me pareció la respuesta indicada a cualquiera de mis dudas, por lo que lo maté de un fuerte leñazo en la nuca.
Todas las calles eran la misma, los rostros, parecidos, la música no existía, y en los periódicos se leían nefastos encabezados: Se ha perdido otra embarcación de Amor, Preparaos, la temporada de sequía se extiende, Por las nubes el costo del precióleo, Las aguas se contaminan de cólera una vez más. Decapité al voceador con una primera plana y continué mi camino exploratorio. Miré al cielo buscando el sol o la luna, pero las gruesas nubes, casi sólidas, impedían ver más allá de su miel quemada.
Muchas de las farolas no servían, la oscuridad era el abrigo perfecto para mi sombra, que me sonreía cada vez que me detenía frente a un charco de laguna mental, diciéndome que, por lo que más quisiera, no volteara para atrás.
Llegué a un parque y allí compré una bolsa de dulces envenenados para dar a los niños, aunque fue un desperdicio porque sólo uno comió, el resto se lo eché a las palomas y a las ardillas.
En ciertas ocasiones tuve la impresión de que me vigilaban, una vez volteé y me descubrí a mí, ahí, detrás de mí, mirando a mi vez hacia atrás y pillándome de nuevo mientras volteo hacia mis espaldas. Durante ese ligero descuido me acerqué y me agarré de mi cuello con tanta violencia que lo abrí en un segundo