Desde muy joven el tÃtulo de la novela de Anatole France â€Los dioses tienen sed “, ejerció sobre mi enfervecida mente de lector insaciable una fuerte atracción, era la vena del adolescente rebelde, anárquico por imperativo de la edad ante unas circunstancias polÃtico-sociales de postguerra prolongada bajo el nacional-catolicismo con Caudillo bajo palio, lo que hacÃa que el tÃtulo me  enloqueciera pese a tener una mÃnima referencia de su contenido.
Escuché por primera vez el nombre de Anatole France y de su famosa novela a unos viejos republicanos que todas las tardes conspiraban clandestinamente en una huerta no muy lejos de casa, en la que gozaba de confianza y privilegios para el juego y la fantasÃa y bañarme en la alberca. Lo mencionaban aquellos vencidos con esperanzas y admiración en sigilosas conversaciones que yo expiaba de forma fragmentada y furtiva, en esa pasión por entrar en lo prohibido acompañado del riesgo que todo joven inquieto desea.
Aquel interés fue creciendo en mi alocada mente de devorador de libros hasta que al fin llegó el dÃa de la esperada lectura, también clandestina, como casi todo lo de aquella geografÃa patria de laureles y luceros de amaneceres radiantes y montañas nevadas con cantos fervorosos a la reserva espiritual de Occidente impuesta. Ahora,  tras los no pocos años vividos, he sentido la nostalgia de leer de nuevo esta novela de†Los dioses tienen sed “, lo que he satisfecho con una edición de José Mayoralas editada por Cátedra en sus Letras Universales. De nuevo Evariste GamelÃn me ha mostrado su fe y su crueldad consciente a favor de la revolución, y me repito  que la imagen de aquella primera lectura, de cuando apenas era poco más que un muchacho jugando a hombre, no ha cambiado mucho.
Existe ciertamente una interpretación distinta de los planteamientos de Anatole France propia del paso del tiempo. Con los años se han podido contemplar otras revoluciones como la de la Unión Soviética y la de Cuba tan cercanas a la esperanza hasta convertirse esta en desencanto. La bolchevique con su derrumbamiento, y espantosa caÃda no excepta de amargura al repasar los años perdidos, las desgracias y las vidas sacrificadas, los hombres y mujeres sacrificados, las ilusiones frustradas de millones de humanos y el miedo vivido por tantos millones de criaturas, bajo la lacra del fanatismo y la degeneración del aparato del poder estalinista, que me recuerda esa escena del personaje GamelÃn con un niño en sus brazos: “ ¡Muchacho¡ Crecerás libre y dichoso gracias al infame GamelÃn, yo soy un malvado para que tu seas feliz ¡ Cruel para que tus seas bueno, implacable para que mañana todos los franceses se abracen y lloren de alegrÃa “ Y unas lÃneas más adelante†No por haber abrazado a un niño, me importarÃa mandar a su madre a la guillotina “ .Es la nunca justificada crueldad revolucionaria del fanático que llega a burocratizarse, hasta que los hijos de la revolución fueron devorados por su propia madre patria.
Ha transcurrido demasiado tiempo, pero la trágica comedia humana continua con sus mismos métodos y crueldades e esperanzas rotas, y cada vez con menos posibilidades de ilusionar a los pueblos ¿quién cree ya en Europa, en una Revolución a no ser la informática y  los seres clónicos? .Han pasado los años pero las mascaradas prosiguen con sus representaciones y juegos malabares. Mientras, el escritor   Anatole France permanece prisionero  en el purgatorio de los grandes maestros y posiblemente sus ideas ya no puedan servir para nada. Solamente nos queda la buena Literatura, esa que todavÃa no ha sido vencida por los prestidigitadores, falseadores de ideas y saqueadores del bolsillo de los de abajo.
Del libro inédito “Crónicas cotidianasâ€