Los dos hombres caminaron desde el amanecer, bajo la lluvia y resistiendo la fiebre que les impedía ver el camino. Uno iba implorando la piedad del cielo; el otro miraba el cielo buscando el fin de tanta tormenta.
Dicen que uno sufría la prueba de su fe y el otro sufría el castigo por no creer en nada.
Por la noche, un rayo fulminó a los dos.
Dicen que ese fue el castigo de uno y el llamado del cielo para el otro.
Eso es lo que dicen. Lo dicen cada día.
Otros piensan que nadie sabe lo que piensa el cielo.
Pero hay consenso en que uno sufrió menos y murió contento.
Uno había dado limosnas a los pobres y había implorado a Dios por ellos. El otro había dado limosnas a los pobres y le había reprochado a Dios tanta injusticia.
Los dos hombres eran hermanos, y se querían como hermanos. Pero dicen que al cielo no le importó, y a uno dio el Paraíso y al otro el Infierno. Al hermano que alcanzó el Paraíso tampoco debió importarle. Porque estaba en el Paraíso y no se atrevió a cuestionar al Creador del Universo.
Otro, que apenas conocía a los hermanos, dijo que tal vez el Creador del Universo no era tan tonto como para creer en todo lo que decían los hombres de él.