Consonancias, 41
Lourdes Riera, cuyo nombre artístico es ‘Caelles’, en referencia a Can Caelles, su casa solariega en un pequeño pueblo de Lérida, es una artista de primera línea, residente en Zaragoza, que cultiva la cerámica desde hace más de treinta años. Digo cultiva, y no simplemente hace o elabora, porque en su trabajo pone tanta intensidad, tanto mimo, tanto cuidado y tanta innovación que los resultados son cada vez más espectaculares.
Recientemente ha logrado dos hitos memorables: el primero ha consistido en su última exposición individual, inaugurada el pasado día 9 de mayo en el Torreón Fortea, un recinto de máxima categoría gestionado ejemplarmente por el ayuntamiento de Zaragoza. La visita a la exposición levanta el ánimo porque uno halla un reducto donde la cultura brilla en todo su esplendor a través de la obra escultórica de la ceramista, al margen del desamparo que el arte está sufriendo en muchos otros aspectos y en muchos otros sectores durante los últimos tiempos.
El segundo éxito ha sido la atribución del primer premio, fallado hace unos días, en el XXXIII Concurso Internacional de cerámica de Alcora, villa castellonense de prestigiosa trayectoria en este sector del arte. Entre las 180 obras presentadas por ceramistas procedentes de 27 países, Lourdes Riera ha conseguido un resonante triunfo, absolutamente merecido. Basta visitar la exposición del Torreón Fortea, abierta hasta el 16 de junio, para comprobarlo, porque algunas piezas de las allí mostradas son primas hermanas de la premiada en Alcora –también de carácter escultórico–, donde podrá visitarse, junto a las finalistas, del 21 de junio al 16 de septiembre próximos.
Tuve el honor de redactar uno de los textos que acompañan al catálogo –magníficamente editado por los responsables del Torreón Fortea– y no me resisto a transcribir su inicio:
“En el taller cerámico de Caelles brotaron fuegos antiguos dotados de brazos abiertos al color y la tersura de las amapolas. Una indómita fuerza interior fue moviendo los hilos del barro hasta dejarlos enlazados en figuras que perdurarían a lo alto y a lo ancho del tiempo. Sobre todo a lo profundo, hasta alcanzar las épocas inconmensurables en las que el planeta era un amasijo de deseos. La tierra sonreía esperando las caricias de unas manos transfiguradas por aquel color y aquella tersura nacida de las amapolas, de las que se sabía, por secreto testimonio de los augures del cosmos, que dominaban los secretos de la belleza”.
No es fácil hacer pronósticos en el mundo del arte, pero Lourdes Riera no los necesita porque la realidad de su obra asombra cada día más. En plena madurez creativa, va a dar a los amantes de la cerámica artística, de la escultura hecha de barro, barniz y fuego, satisfacciones constantes y de gran calado.