…, y se quedó tan ancha, con una sonrisa sardónica en sus labios, aguardando una respuesta que nunca llegarÃa, porque no habÃa respuesta ante tal afirmación, sólo más alcohol, que acabara por dormirla o que la animara para fiestas de mayor enjundia, preferiblemente en la cama, en la de ellos, se entiende, donde Rigoberto y Edelmira habÃan pasado tiempos mejores, peores, y para olvidar, tiempos de todo tipo, tiempos que habÃan de regresar.
Rigoberto sirvió más vino, partió más queso y se sentó junto a Edelmira, dejando que el roce de la piel insinuara lo que él no se atrevÃa a decir, no por pudor, sino por rutina acumulada sin solución de continuidad, una rutina que habÃa convertido las noches en sesiones de televisión, en las que ambos miraba pero ninguno veÃa, cada uno con sus preocupaciones, las del dÃa a dÃa y las del futuro, juntos, o por separado.
Edelmira sonrió de nuevo, pero ahora con un sabor diferente, de añejo aroma a pasión, Rigoberto entendió, sabÃa que aquel era su momento, y no lo dudó, no habÃa tiempo para dudar, sólo para actuar, se dejó llevar por sus más bajos instintos, esos que en otras ocasiones no fueron permitidos, pero ahora sà y liberó todo aquello que habÃa quedado aprisionado en su interior.
Una vez terminado, Edelmira se levantó de la cama, se vistió, y se marchó sin despedirse, una vez más la rutina, porque su marido la esperaba en casa, junto a sus hijos y puede que su suegra, y es que a veces, la rutina del adulterio supera con creces el tedio de la rutina del matrimonio.