Fuera, esperaba la ingravidez…
Una vida enterrada entre sábanas recelaba de iniciar la aventura de vivir. Su cuerpo recordaba bien otros amaneceres en soledad.
Ášltimamente sus días acababan al mediodía; el tiempo de colgarse de un cigarrillo y fumarse toda la niebla de unas pocas horas en que podría deslizar su fantasma por entre las cosas.
No recordaba de seguro su edad; el espejo le traicionaba y sólo le reflejaba la mitad que nunca sospechó ser. Sin embargo, la nieve que cubría sus sienes le recordaba su estancia ya antigua entre los hombres y que pronto daría por terminada.
Todas sus vivencias nacían de los sueños; incluso había días enteros en que la estela de su recuerdo no lograba desertar de sus neuronas. Nada de especial en su cara ni en sus gestos, sólo un ser apartado por la vida y encumbrado después en gustosa aceptación hasta su total olvido.
Decidió no afeitarse la cara: los seres que poblaban su mundo solamente le exigirían que les mostrara el verde su alma. Desayunó mecánicamente, tanteó el estado de su ilusión y ya totalmente decidido, inició la huida por la puerta trasera de la vida, la que conduce al silencio del corazón.
Sus primeros pasos en la escarcha deshojaron la armonía del arco-iris concentrado en la hierba: la mañana se rompería después en mil luces.
Sabía que todo eran espejismos preparados para cegar sus pupilas y que todo el trayecto estaría lleno de alucinaciones de nubes en charcos nunca creados para impedirle el ascenso del mediodía e ignoró el saludo de mudas manos que entre ramas intentaron cercarle: no necesitaba aliento para saberse solo.
Pronto una nube taparía su horizonte y le rememoraría su inútil obsesión de atrapar nieblas entre los dedos : otro día más sin hojas que crecieran en sus manos. Nada importaba; nadie le detendría en su invisible trepar por escalas de silencio hasta las más altas horas del mediodía.
Supo que hoy llovería: la certeza le venía del halo que robó la tarde anterior en un descuido del sol, mas no le preocupaba en exceso no tener paraguas en las manos pues siempre le quedaba el recurso de hundirse en las aguas del río.
Sería un día de claros y sombras para sus ojos; una lucha desigual de sus retinas para captar todos los espíritus que brotaban por doquier de las huellas de la noche.
Sin duda tal esfuerzo le desgastaba sobremanera y le impediría conocer el final de su viaje como más tarde veremos, mas todavía se sabía fuerte y los latidos le empujaban hacia su destino.
Procuró no pisar las huellas de otras vidas ajenas a la suya; cada paso debía ser invisible en las arrugas de su secreto camino. Nadie venía tras él, sólo estaba consigo mismo y cada movimiento innecesario le recordaba los tumbos que diera en el pasado.
En un momento dado, las botas y sus pies dejaron de ser sincrónicos en el caminar y presintió que algo dentro de él había quedado atrás , dormido entre las mudas paredes que vigilaron los sueños de su infancia. Era —ahora lo podía ver con claridad—, un niño que nunca despertó a la vida y que siguió soñando rostros de estrellas inexistentes.
Más adelante tropezó con sus pies y estuvo a punto de caer, no pudiendo impedir que se le desprendiera una capa de piel, la más gastada por el viento y que además llevara cicatrizada en sangre los estigmas de su amarga juventud. ¡Ya no podía mirar atrás; ya no habría más auroras de rosicler ni tardes en arrebol: sólo el mediodía le esperaba!
Saberlo le alivió de la sensación de orfandad que oprimió su pecho y le impidió caminar; detuvo su marcha y descubrió al palparse un hueco en el corazón nunca antes intuido y que debió rellenar apresuradamente con flores marchitas y nubes desganadas que recogió de un charco.
Se notó un poco más ligero de alma al saberse solo en la mañana, libre ya de recuerdos y huido de esperanzas, mas el viaje ya no sería lo que pensó en un principio: mucho de su primitivo ser no conseguiría llegar hasta el nuevo yo que le esperaba.
Su marcha se tornó vuelo por minutos oscilante en la inseguridad de su nuevo ser que le instaba a desamarrarse de sus lugares tan queridos, ya raíces en su pecho, pero sintió el sobresalto de un rayo de sol fugado que le indicó el camino por donde treparía más tarde, cuando todo él estuviera disuelto en cenizas.
No obstante las emociones se fueran amontonando en su cerebro,había ya intuido que su despedida de los hombres no sería tal y como se soñó ser algo se lo impedía: una conciencia exacerbada le alejaba por momentos de lo inalcanzable para un ser humano….
¡Fue en ese momento…! Hasta él llegaron las notas de una música que volaba desnuda en una brisa no definitiva. ¡Esa era la voz…! ¡La que tantas veces lograra descifrar en las noches de invierno, confiadas en su oscuridad!
Imperceptiblemente iba ganado notas a la altura.
La presión de los cielos sería pronto asfixiante y el resplandor conocido estaba cegando la miope mirada que únicamente podían esbozar sus ojos mas le irritaba enormemente su conciencia vigilante: el cerebro se resistiría a aceptar el choque inevitable con el azul deseado.
¡Tenía que disolverse pronto en el viento escondido tras los montes nevados! Por momentos , todo fueron certezas de su hundimiento irremediable en la dimensión de la que intentaba huir.
¡Su destino estaba suspendido en las horas! El atavismo de su herencia le impelía a hundir sus amputadas raíces en suelos ya hollados de los que nunca podría brotar ya verde.
Necesitó de mucho valor para sustraerse a la ayuda de los últimos montes conocidos y aprovechando el choque de dos estratos todavía semidormidos, impactó con fuerza en su popa, quedando desgajado de su existencia corporal. Todo atisbo de conciencia humana le fue negada a partir de esa hora…
Por minutos desaparecía de su alma el vértigo del azul: tan sólo le restaba ya deshojarse rápidamente y con los primeros brotes de la lluvia desatada, deshacerse en cenizas.
Culminada la operación y como vestigio, sólo jirones del alma desvestida quedarían entre nubes bajas y lentamente fueron las horas llevando un espacio de la nada hacia el retorno.
Luego, toda la hora se inundó de lluvia con los primeros bostezos de un viento desvelado, hundiendo en tierra postreras cenizas que disolviera el espíritu. ¡Al fin emergía como lirio en sombra su alma ya verde, definitivamente voz sin nombre prendada del azul…!
Todo era silencio el mediodía…
* Madiba, hacia la ingravidez del mito