Cultura

Magia y Hechiceros (II). Fetiches

Los europeos designaron la sabiduría de muchos pueblos como ‘prácticas salvajes’ y propias de gentes incivilizadas y paganas, ¿de qué civilización, de qué cultura, de qué dioses?

El fetiche es un objeto material al que se atribuyen poderes sobrenaturales o mágicos. A veces se confunden las propiedades del fetiche con las del amuleto, dando lugar a supersticiones nacidas de la ignorancia y del miedo en todas las culturas. El verdadero fetiche es propio sólo de aquellos pueblos de religión animista que rinden culto a un objeto material por motivos mágicos.

El nombre de fetichismo fue aplicado por los portugueses a las prácticas religiosas de los negros de África Occidental que ellos no entendían y que condenaron por demoníaca y propia de salvajes. De ahí a decidir conquistarlos y reducirlos a esclavitud. Puesto que “no tenían alma” sólo había un paso que no vacilaron en dar, movidos por un caritativo “espíritu cristiano” que les ayudó a incrementar sus riquezas una vez tranquilizada sus conciencias. Igual hicieron los demás pueblos cristianos de Europa, protestantes o católicos, durante el auge de la esclavitud sin que fueran condenados por la jerarquía hasta pasados bastantes años.

El erudito francés Charles de Brosses lo difundió en Europa, en 1760, cuando publicó su obra Culto de los dioses fetiches. Disparate colosal pues nunca un fetiche fue dios, aunque representase algún atributo divino. Con este término se denominó entonces la religión de aquellos pueblos que consideraban a todos los seres naturales dotados de fuerzas anímicas que intentaban propiciarse por medio del culto. Hoy día este tipo de religión se denomina animismo y sólo un ignorante la consideraría salvaje o demoníaca. Por el contrario, con el término fetichismo se designan objetos y prácticas que han caído en el campo de la superstición.

En las religiones más evolucionadas estos fetiches o amuletos se enmascaran como reliquias, medallas bendecidas, escapularios, estampas con la efigie de un muerto, velas bendecidas por un sacerdote, cruces con determinadas formas, rosarios de cuentas, aguas de tal o cual lugar en donde pretenden que se apareció un ser sobrenatural, casi siempre a algún adolescente y de muy bajo nivel cultural susceptible de padecer con facilidad el fenómeno psicológico del eidetismo.

Con frecuencia se utilizan como sinónimos los términos hechicería, brujería y magia. Y no lo son pues sus diferencias corresponden a características étnicas, antropológicas y religiosas que los conquistadores y los misioneros ignoraron o prefirieron meter en el mismo saco para condenarlos. Creían que, conjurados los nombres, se eliminaba la cosa en un alarde de la más pura hechicería.

En todos los pueblos y en todas las culturas precristianas se encuentra la práctica de la hechicería y al hechicero quien tiene por oficio velar por los intereses de la comunidad y sus componentes, defendiéndolos de las desgracias y fuerzas adversas, tanto naturales como sobrenaturales. Se apoyan en los espíritus buenos y en las fuerzas positivas para combatir la acción de sus antagonistas, a los que se designan espíritus malos. En último término, se apoyan en la misma divinidad a través del primer antepasado que da consistencia al clan y a las comunidades, que algunos llaman con ligereza tribus. El antepasado tuvo sabiduría y fuerza para constituir un pueblo o etnia que se rige por una concepción de la vida, expresada en costumbres que tienen que ver con el respeto a la naturaleza que los sustenta, a la conducta hacia la comunidad y hacia uno mismo para disfrutar de una vida saludable y feliz que se ha de transmitir a los descendientes. Esas costumbres, contrastadas y saludables, se convirtieron en tradiciones transmitidas oralmente y, más tarde, se formalizaron en normas que rigen la vida de la comunidad y le confieren sus señas de identidad. De ahí que, desde los orígenes, la práctica de la magia estuviera asociada a la medicina y de ella se originaron las ciencias. Por la observación empírica y por el empleo del poder psicológico, junto con las substancias naturales que, como ‘remedios’, restablecían la salud o la conservaban. De ahí que supervisaran los alimentos saludables, la gestación, el alumbramiento, la protección de los niños hasta la pubertad, los ritos de iniciación para prepararlos a la dureza de la vida mediante la superación del miedo, la asunción de la soledad y una vida sexual satisfactoria, eficaz y que garantizase la transmisión de la vida; igual sucedía con los individuos heridos o enfermos, con el cuidado de los ancianos y el respeto a los ciclos de la naturaleza para obtener los mejores frutos sin agotarla; el cuidado de las fuentes y del curso de los ríos o de los oasis, de los pozos y de las minas, rodeándolos de prácticas mágicas para memorizar mejor mediante ritos los saberes transmitidos o adquiridos.

A esa sabiduría, los europeos la designaron como prácticas salvajes y propias de gentes incivilizadas y paganas, ¿de qué civilización, de qué cultura, de qué dioses?

J. C. Gª Fajardo

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.