Majestad caída. Luis Antonio de Villena. Alianza Editorial.
«Pero uno -créanme- jamás juzga absurda la bondad, quizá porque escasea, pero menos aún si es que se tiene radical precisión de ella».
Página 18.
«Qué pusilánimes sois! No debierais de tenerlo, pero caramba, todo os da miedo. Por supuesto el qué dirán, ese cuidado de los nombres y las reputaciones que serán todas barridas por un viento otoñal ineluctable y probablemente cercano…»
Página 46.
«Nuestra patria, Melchor, sólo se ha salvado, siglo tras siglo, por el arte y por la literatura. Casi todo lo demás -y perdóname la expresión- es bazofia pura.
Página 69.
«Casi siempre estuve solo y no hallaba un modo de trabajo digno. O que yo creyera a la altura de mis verdaderas posibilidades».
Página 123.
Lo primero será reconocer que no he cumplido con algunos de los deberes que se le suponen al crítico e incluso al buen lector: no, no he buscado los hechos históricos que avalan esta novelada y sui generis biografía de Anibal Turena. Pero no se trata de vagancia o pereza, sino más bien de un acto de reconocimiento a un autor que crea magia cuando mezcla la realidad y la ficción de una forma indisoluble y definitiva como ya hiciera en su novela sobre Luis II de Baviera o en aquella otra, El burdel de Lord Byron, que además se alzara con el premio Azorín. No se puede y no se debe (es delito grave en la Literatura) destruir ese encantamiento que sólo algunas veces se logra, no sin intervención de musas y númenes en orgía festiva y poética. Y no es capricho hacer mención aquí de todo ello pues la Poesía tiene su espacio en el libro, como más adelante se analizará.
Esta majestad caída, este poeta en ciernes que fuera el protagonista, tiene mucho de aquellos que hicieron más Literatura en su día a día, con su Arte de vivir, como el protagonista de Luces de Bohemia, y cuya obra quedó olvidada o postergada por una gran virtud que fue ser Literatura en movimiento. Rara vez se consiguió aunar ambas Grandes Dotes, la de la vida y la de la pluma, y entonces la maldición del Arte prevaleció también (estoy pensando en el omnipresente Wilde, por ejemplo). Estas figuras de la vida que escribieron quizá para sí, con exclusividad y avaricia, que fueron víctimas de su soledad pertinaz, incapaces de un amor o emparejamiento estable, tragadas por el torbellino abundante de la belleza que nos rodea a cada paso, son absolutamente fascinantes.
«Tenía una peculiar teoría sobre el amor que, a veces, contaba medio en broma. Había -narraba- los que buscan un amor para toda la vida, manso amor que los cobije, arrope y consuele. Lo llamaba <<pucheritos tibios>>. Una diaria sopa de amor vulgar y calentita. Como el diario puchero en la lumbre».
Páginas 171 y 172.
Pero su estela mágica e hipnótica, de la que nacía su capacidad de fascinar, era breve, efímera como su vida, y por lo tanto difícil de rastrear y de compartir, de transmitir a otros. Esto lo hace con singular maestría Luis Antonio de Villena, perfecto alquimista recuperando esencias desvanecidas, cuyos restos han sido mancillados y mezclados hasta hacerlos irreconocibles o perdidos. Sin embargo, el autor (el poeta) sabe limpiar esas estelas y reconocer, con fino olfato de tísico, la real composición de aromas tan extraños… para, a continuación, plasmarla en una especie de vitrina interactiva (este libro, por ejemplo) donde podemos los demás acudir a disfrutar de estos efluvios un poco venenosos y un mucho de adictivos.
Uno de los encantos añadidos de esta novela es, sin duda, la construcción o reconstrucción del protagonista a través de un puzle de visiones, en primera, segunda y tercera persona: testimonios de quienes trataron con él; cartas de ese protagonista -de su puño y letra-; revistas de donde aparecen, como por conjuro, poemas y fragmentos de novelas que escribiera; rumores; diálogos… Este tesoro de variedad formal y de perspectivas, hace al protagonista, al personaje, hombre de carne, aunque sea carne de papel. Y de paso, rescata esa pasión poética de Luis Antonio, auténtico sabio de la Poesía y, Maestro de la Poesía de autor y/o temática homosexual. Lo explícito de los versos harán las delicias de unos cuantos extravagantes capaces de disfrutar de lo erótico y lírico simultáneamente.
La novela recrea una vida que tiene su momento álgido en la etapa de la Segunda República, durante cuyo desmoronamiento huye el protagonista para acabar en Argentina, preso de sus deseos por pugilistas y camareros casi tanto como de su tendencia a la angustia y el desencanto vital, incapaz de encontrar su lugar en el mundo, un lugar que considere mínimamente digno. Esos momentos de huida, ese breve instante de sombría realidad me recordó otras páginas admiradas y me hizo sentir que los grandes autores son capaces de transmitir atmósferas en las que no han vivido y hacer llegar similares sensaciones, al saber encerrar, o sintetizar, el auténtico corazón que las hacía latir o existir a un determinado ritmo que las diferenció del resto de momentos históricos. Otra vez una cuestión de rescatar esencias y transmitirlas, convirtiendo el libro en frasco nuevo de perfume antiguo. Pero, desde luego, es curioso que consigan transmitir un aire de libertad enrarecido, una fragancia mohosa de oportunidad perdida, de libertad marchitada y egoísmo y ceguera política, de apasionamientos y odios; siendo ambos autores tan distintos en su concepción del mundo (pues lo son, aunque no mencione al otro), me hacen llegar vibraciones similares sobre una etapa que se ha mitificado a pesar de sus funesto desenlace.
¿Se consigue aprehender al personaje? Sí y no, evanescencia de humo de cigarrillo que se eleva hacia el paraíso de la libertad nunca del todo alcanzada. Se lo siente, sus emociones colman nuestras terminaciones nerviosas; su garra poética nos despierta, fruto de un golpe que noquea como es su deseo por la belleza masculina. Desparece el protagonista, como granos de arena, entre los dedos de quienes le buscan e intentan darle un nombre, un contenido, un legado literario… tan disperso y oculto todo que apenas las piezas sobrantes nos permiten ver la imagen del puzle.
Una obra deliciosa, el mejor Luis Antonio de Villena narrativo junto a Caravaggio, exquisito y violento; o Madrid ha muerto. ¡Nada menos!