¿Leguineche? ¿A quién leches se refiere usted? ¿Manu? ¡Ah, eso es otra cosa! ¿Sabe dónde se mete esa buena pieza? Sí, lo sé, lo saben quienes le quieren, y le quieren todos. ¿Anda por ahí alguien que no quiera a Manu? Silencio. Cuando todo el mundo llama a alguien por su nombre de pila es que lo considera de la familia, o de la tribu, y que en cualquier momento se iría quien tales confianzas se permite a echar unas manitas de mus con él. Manu es un personaje de bolero: Nosotros, que le queremos tanto… ¡Menos rollo, amigo! Lo único que quería yo saber es dónde diablos anda ahora el mejor reportero del mundo. Kapuscinski era sólo un Leguineche polaco. ¿Está en Basora? ¿Sobrevuela la puna de Bolivia en un helicóptero birlado al ejército de Chávez? ¿Practica la espeleología en las estribaciones del Paso del Kyber para ver si da con el catre en el que duerme Ben Laden? ¿Cenará esta noche con Obama en el Norfolk de Nairobi y desayunará mañana diamantes con la Palin en la trastienda de Tiffany’s? ¿Asoma su sombrero panamá por la torreta de un tanque de Putin en Georgia? ¿O es que se ha ido a buscar el corazón de las tinieblas en una dársena del río Congo acompañado por su compinche Javier Reverte a bordo de una chalupa con matrícula del cabo de Gata? ¡Pero en qué mundo vive usted, señor mío! ¡Espabile y entérese de que el bueno de Manu, harto ya de guerras y de pompas, ahorcó los hábitos, echó pie a tierra y se retiró, como el hermano de la costa de su primo Conrad, a un lugar de la Alcarria de cuyo nombre no voy a acordarme, y menos aquí, no vaya a ser que se le ocurra a usted turbar el reposo ganado a pulso de tinta brava por el hombre que nos hizo corto el camino más largo del mundo! Y es precisamente un periódico que se llama así, El Mundo, quien acaba de conceder al bueno de Manu (y si digo bueno me quedo, como lo fue ese camino, corto) el premio Reporteros del Mundo. Mucho mundo, en efecto, tiene Manu. Nadie en España, ni siquiera este cura, tiene tanto. Perdonen que me incluya. Manu empezó a recorrer el mundo en los años sesenta, y yo, salvando las distancias, también. Supe después que en infinidad de ocasiones habíamos estado los dos al mismo tiempo en los mismos sitios. Y, sin embargo, sólo coincidimos, cara a cara, copa a copa, una vez. Fue en el bar del hotel Carreras de Santiago de Chile. Septiembre del 83, jornada de protesta contra Pinochet. Yo cubría la información para el Diario l6. Á‰l hacía lo mismo para sabe Dios cuántas cabeceras. Unas horas antes me había encontrado a Martín Prieto detenido en el aeropuerto por los sicarios del dictador. Manu pidió un gin tonic de Beefeater. El camarero le dijo que no tenían esa marca. El periodista se llevó las manos a la cabeza: ¡Todo un hotel Carreras y no hay Beefeater! Bebió otra cosa. Así es la vida del reportero.
Manu, mi felicitación, y un abrazo. Cualquier día de éstos me dejo caer por la Alcarria para dártelo en persona. Te llevaré una botella de Beefeater. Pon la tónica a refrescar.