Mártires de la belleza. Luis Antonio de Villena. Cabaret Voltaire.
“La juventud es el cenit de la vida, y no le faltó razón al fotógrafo y cineasta (y amante de los jóvenes) Bruce Weber para decir hace poco en la promoción de su película-documental –sobre un chico muy guapo- Chop Suey: Mientras eres joven, eres de oro. Algo que también podría haber dicho, nada menos, Píndaro, el poeta de las Olímpicas”.
Página 37.
El libro es una disquisición sobre la belleza masculina y la juventud. La maldición, el don, el éxtasis y la muerte o la caída. El discurso, que empieza en la belleza de Antínoo, incluso antes, nos lleva hasta nuestro días, de la mano de actores y cantantes, algunos de las recientes hornadas, casi adolescentes aún que hacen sus pinitos en las series televisivas españolas.
Entre medias repasaremos la belleza atormentada e histriónica de Helmut Berger, que Visconti inmortalizaría en “La caída de los dioses” y en “Ludwig”; o las de James Dean o Kurt Cobain. El catálogo de bellos es considerable, tanto españoles como internacionales. Sobre unos y otros parece pesar una maldición, una doble maldición, pues su belleza sólo puede acabar con el tiempo (deterioro) o con la muerte joven, que los inmortalizará dejando un bonito cadáver. Aquí se halla el quid del debate. ¿Son el anonimato, la caída o la degeneración y el afeamiento peores que la muerte? ¿Vale la pena morir joven? ¿Vale la pena vivir para experimentar una vida mediocre, vulgar? Esta diatriba enfrenta, según parece, al mundo clásico y pagano con el actual. Pues si bien en el pasado la mentalidad valoraría mejor dejar ese cuerpo en el momento de su gloria para memoria bella de los que siguen vivo; en el presente cristiano pesa más en la balanza alargar la vida y las experiencias.
“En el ámbito cristiano no hay sacralidad en la muerte joven. Todos morimos (dicen) cuando Dios lo tiene dispuesto. Sin embargo, la mayoría cristiana o católica considera más que triste terrible la muerte joven, pues el muerto, en ese caso, no ha tenido tiempo de desarrollar su vida, de realizarse […] No era tal la idea de muchos paganos (y después de muchos románticos, surrealistas o rockeros), el muerto joven y su hermoso cadáver –inmutable en el recuerdo, eternamente joven- es un regalo de la divinidad, un rito sacro o una ceremonia iniciática que lleva al muerto joven no a otra vida, no, sino hacia más vida, hacia eso que Rilke (obsesionado con los muertos jóvenes) llama en algunos de sus poemas lo abierto”.
Páginas 55 y 56.
En algún punto el escritor parece querer decirnos que cuando esa vida posterior es ocaso, decadencia, terrible descomposición de lo perfecto (lo que podría ser simbolizado por el derretirse del tinte y el maquillaje de Dirk Bogarde en “La muerte en Venecia”), o incluso cuando es meramente vulgaridad, vida repetida mil veces por los otros… cuando esa vida posterior pierde la belleza, casi es preferible morir, aunque sea sólo al ojo del que mira, del voyeur. Es preferible no buscar las fotos contemporáneas del que fuera mito adolescente, pues ver su debacle es triste para ambos. ¿Se sabrá el bello mirado, buscado en su nuevo aspecto? Unos siguen trabajando con más o menos éxito en el cine, la televisión, requiriendo bien un medio de vida, bien una atención idólatra aunque haya pasado el momento de su esplendor. Para ilustrarnos de una cosa y la contraria Luis Antonio de Villena incluye en su obra un gran número de fotografías en blanco y negro: belleza, deterioro y también escenarios de la muerte violenta de los bellos dioses jóvenes.
Obviamente, el criterio de la belleza aplicado por el autor es subjetivo. Es decir, si bien recoge modelos que, según la moda de cada época, respondían a un canon de belleza, también niega la misma a otros hombres que han madurado, y que, sin embargo, atraen y seducen a muchos semejantes.
Pone dos ejemplos solo de belleza que se mantiene en el tiempo a pesar del pasar “arrugador” de sus manecillas implacables: Paul Newman y Brad Pitt. Sin embargo niega que Keanu Reeves mantenga esa belleza. Bien, quizá “esa” no, pero desde luego sí otra para muchos otros espectadores. He aquí un interesante punto de discusión que enfrentaría el concepto del hermoso adolescente, clásico, ideal de juventud cuando la vida era mucho más corta, y hoy casi encuadrado en la primera adolescencia (en la actualidad la adolescencia parece extenderse hasta los cuarenta), a esa otra belleza más reposada, o incluso misteriosa, experimentada, o fuerte, sólida, del hombre que, manteniendo unos rasgos armoniosos que provocan placer al mirarlos, ha dejado atrás la indefensión del niño o la delicadeza cerámica del pecho glabro.
El libro, además de un listado enriquecedor de bellezas masculinas, también nos trae buenas pistas de filmografía que seduce y que invita a ser buscada y disfrutada por lo que, sin ser una guía de cine de bellos, el libro también aporta un plus de conocimiento en esa área.
En definitiva una reflexión sobre la belleza, el tiempo, la juventud, la maldición de los dones y la capacidad artística de representar esa hermosura, que se adorna con fotografías y poemas para gusto de un lector que sin duda se “enamorará” varias veces leyendo este exquisito volumen… si acaso versión ensayística y analítica de “El libro de los hermosos” que el autor tradujera hace algunos años.