La cultura se ahoga dentro de los espacios ya manoseados, los espacios de siempre. La cultura pide auxilio porque se la liberte de la opresión centrista. La cultura exige su hábitat natural: la calle. A las calles la cultura, al pueblo la cultura, a los barrios la cultura, la cultura a los municipios de las provincias. La cultura a las escuelas, la cultura a los institutos, la cultura a la universidad. La cultura a las cárceles y no precisamente del alma, que también. La cultura para los más desfavorecidos, para los que llevan a cuestas la etiqueta de “desheredados de la fortuna”. Suelta la cultura de los amarres de tanto muelle de beneficencia, desahogándose sin amarras sobre la mar milagrosa e infinita de nuestras consciencias. La cultura en palabras de presente, vigente en cada uno de los instantes de nuestra ondulada vida.
La cultura abandonando el empalago de las mesas de camilla. La cultura desviándose de los círculos viciados, donde las palmaditas en las espaldas juntamente con alguna navajada conforman una escena propia de los esperpentos de Valle-Inclán. La cultura por encima de las listas blancas y negras, fuera absolutamente de toda duda. La cultura atravesando los pasillos de las instituciones como “el rayo que no cesa” y enhebrando moquetas nuevas para el pleno desarrollo de las vanguardias. La cultura quitando las legañas de los que moran en despachos de paredes incoloras y en penumbra. Arañando la cultura los entresijos de las normas al uso, de la oficialidad que carcome los esbozos de cualquiera visión que quiera jinetear como Lady Godiva. La cultura desnuda, “apta para todos los públicos”. Libre la cultura, libre, libre.
La cultura entre las ramas de Fuentepiña, por donde Platero pensaba. La cultura cuesta abajo en la rodada –que dice el tango gardeliano- desde el Conquero de la vieja Onuba hasta su sagrada ría, hasta Bacuta, hasta la Isla de Saltés, hasta la confluencia de los ríos “Urios” y “Luxia”. O más allá, si cabe: tendiendo puentes de plata hacia los hermanos latinoamericanos. La cultura a paso natural, como un centauro, marcando en el asfaltado blando de la mente herraduras imborrables. El asomar de la cultura a los balcones con esparto, a los balcones llenos de geranios. En el Paseo del Chocolate la cultura y que se endulcen los paseantes. En más espejos de cantina reflejada la cultura. El aroma universal de la cultura condensado en los idílicos jardines de todos los parques. La cultura por los aires, a voz en grito, a la acción sin descanso, en efervescencia constante. Todos los espacios posibles para la cultura. Cultura hasta en la sopa… Sin embargo, a ningún “Groucho” de los que manejan a esta pobrecita España le he oído lo de: “Más cultura”…