Cuando un prejuicio se instala en la mente de una persona o de un colectivo de personas, no es tarea fácil superar la ofuscación que de ello se deriva, precisamente porque la característica principal del prejuicio es que son previos la razón. En esas circunstancias es difícil pensar y actuar con libertad.
Thomas Harris, autor de la novela en la que se inspiraron las películas “Hanníbal”, “El Silencio de los Corderos”, y “El Dragón Rojo”, escribió una dramatización en tres actos, que paso a resumir: En el primer acto, aparece un matrimonio cenando. La esposa había cocinado, por primera vez, un sabroso jamón al horno. Al probarlo él, dice: “Está exquisito. ¿Para qué has cortado la punta?”. La mujer contesta que el jamón al horno se hace así. El marido ante esa afirmación de su mujer, asegura que él ha comido jamones al horno, a los que no se les había cortado la punta. Ella no puede hacer otra cosa que contestar: “Mi mamá me lo enseñó a cocinar así…”. A lo que él, ni corto ni perezoso, contesta: “¡Vamos a casa de tu mamá!”.
El segundo acto transcurre en casa de la madre de la esposa, a la que se le pregunta cómo se hace el jamón al horno, y ella contesta: “Se adoba, se le corta la punta y se mete en el horno”. La mujer legitimada ante su marido, tras haber confirmado el modo de hacer el jamón al horno, se encuentra con que éste, dirigiéndose a su suegra, le pregunta: “Señora, ¿y por qué le corta la punta?”. A lo que ella sólo puede contestar: “¡Mi madre me lo enseñó así!”. El curioso marido replica: “Vamos a casa de la abuela”
En el acto tercero, la abuela es preguntada: “Abuela, ¿cómo se hace el jamón al horno?”, a lo que ella contesta: “Lo adobo bien, lo dejo reposar tres horas, le corto la punta y lo cocino a horno lento”. La madre y la hija dicen al unísono: “¡¿Has visto?!”. Sin embargo, el hombre pregunta: “Abuela, ¿para qué le corta la punta?”. Ella contesta: “Hombre, le corto la punta ¡para que pueda entrar en el horno! Mi horno es tan pequeño…”
Otra historia en la misma línea: se cuenta que un equipo de científicos experimentadores, colocaron a cinco monos en el interior de una jaula. Dentro colocaron una escalera y sobre ella, un montón de plátanos. Cada vez que uno de los monos subía por la escalera con el objetivo de alcanzar los plátanos, los investigadores lanzaban un chorro de agua fría sobre el resto de monos. Tras condicionar a los monos, si alguno intentaba subir, los demás se lo impedían a porrazos. Finalmente, ninguno se atrevía a subir a pesar de la tentación que suponía para ellos los plátanos.
En ese momento, los científicos sustituyeron a uno de los monos, y el nuevo lo primero que hizo fue subir por la escalera para coger plátanos, pero los demás, temerosos del chorro de agua fría, le hicieron bajar rápidamente y le dieron su merecido, y evidentemente el nuevo integrante del grupo nunca volvió a subir por esa escalera.
Sustituyeron otro mono y ocurrió lo mismo. Curiosamente, el primer sustituto, que no había recibido chorros de agua fría, participó con entusiasmo en la paliza al novato. Posteriormente cambiaron un tercero y se repitió el hecho. Mas tarde el cuarto, y finalmente, el último de los veteranos fue sustituido.
Los investigadores se quedaron entonces, con un grupo de cinco monos. Ninguno de ellos había recibido el baño de agua fría, pero continuaban golpeando sin piedad, a todo aquel que intentaba alcanzar los plátanos.
Si fuese posible preguntarle a alguno de ellos por qué pegaban a quien intentase subir a la escalera, seguramente la respuesta sería la misma que la de la esposa que cortaba el hueso del jamón para meterlo al horno: “no sé, aquí las cosas siempre se han hecho así”.
Tener prejuicios está mal visto socialmente, de hecho si preguntamos a la gente si actúan desde prejuicios, una gran mayoría nos contestarán que “de ninguna manera”, y es que, en nuestra sociedad es «políticamente incorrecto», y la mayoría de la gente está de acuerdo en que basar la acción en un prejuicio, no es el mejor modo de actuar. El problema es que muchos prejuicios se aprendieron en la infancia, llevan años viviendo con nosotros, están muy arraigados en la sociedad, en nuestras vidas, y forman parte de nuestros procesos mentales automáticos. No los cuestionamos.
No pocas son las actitudes que se quedan flotando “incuestionadas” en el ambiente, bien por la fuerza de la costumbre o de la agresividad del que domina la situación, y que la gran mayoría de personas asumen sin demasiada reflexión. Y es que, como decía Albert Einstein, «Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio».