«Un ciclo continuo que se repite sin descanso a diario, apenas alguna variación esporádica los fines de semana. ¿A qué se reduce todo? «¿Sólo a mí me parece insuficiente? No, no es sólo a mí». Y sin embargo sí, existen esas personas que disfrutan plenamente de la vida. Existen esas personas para quienes la rutina es un regalo. Esas personas que son capaces de saborear la felicidad. «¿Acaso podré ser yo una de esas personas?» Página 34.
Medias naranjas es mucho más un libro sobre la maduración o la pérdida de la última adolescencia que sobre las parejas. O al menos eso es lo que transmite, cada vez más a medida que uno se adentra en sus páginas. Estas naranjas son unos veinteañeros que se acercan a los treinta y empiezan a tomar las grandes decisiones de la vida: casarse, tener hijos, emprender un negocio o huir a países de lengua inglesa para dejar atrás un proyecto de juventud que no cuajó. Pero no necesariamente encuentra otras medias ni acaban haciendo zumos ni ese parece el objetivo último y único de los protagonistas, pues si algo se puede afirmar de esta historia es de que tiene un protagonista colectivo.
Ese es el principal argumento de un libro en el que destacan tres elementos: la estructura, el arranque de determinados párrafos (con una fórmula que se repite) y una autora que quiere despegar y se esfuerza por hablar de mundos diferentes que en realidad son el mismo. Con respecto a la estructura hay un trabajo evidente por romper la novela en tres partes que no se siguen cronológicamente, complicando la vida del lector, y por supuesto la de la autora, en aras de una tensión narrativa, de una inquietud por conocer de dónde han venido los acontecimientos y hacia dónde llevarán (pues, de alguna forma se empieza por el nudo, se sigue con el planteamiento y únicamente se respeta la posición lógica del desenlace).
Por lo que se respecta a esas frases que se reiteran, se refieren a la importancia de unas palabras que pueden contarse en tan sólo unas letras, pero que pueden cambiar la percepción del otro, de uno, del futuro. La visión del mundo, en definitiva, en una u otra medida. «Dos palabras, trece letras. Un segundo, tal vez dos. Un giro de trescientos sesenta grados. La sospecha de que, a partir de ese momento nada iba a ser igual». Página 161. «Una frase, cinco palabras, veintidós letras». Página 181. La referencia a los trescientos sesenta grados, que le dejarían a uno en la misma dirección que llevaba, pues se trata de una vuelta completa, es algo que también se repite a lo largo del libro y que hemos entendido como una ironía de la autora para decir que, a pesar de todo aparente cambio, todo sigue igual.
Lo que se entiende quizá menos es que un personaje que no es inculto crea que la Iliada es una novela «recomendada y adorada por los intelectuales, pero que resulta insoportable para el resto de los mortales» Página 102. Toda opinión es sin duda respetable y ya se sabe que en cuanto a gustos… pero llamar novela a un clásico de los poemas épicos es poco explicable en alguien que visita La Casa del Libro o celebra el día de Sant Jordi con interés por los libros.
C. Martínez lucha por encontrar la expresión correcta, por hacer verosímiles unas historias que en realidad les han pasado a nuestros conocidos, primos, amigos y sobrinos, y por volverlas atractivas, manteniendo el ritmo y la tensión. Pero lo mejor sin duda de todo es que, finalmente, resultan historias, vidas que continúan, materia cotidiana, con sus sobresaltos y sus decepciones, sus miedos y sus confesiones, pero vidas de contemporáneos con quienes podemos, más o menos identificarnos.