Ya se lo había dicho a Memo unos días antes: que la próxima vez que viera a Víctor le iba a dar en su madre por querer cogerse a su hermana.
Y ahí estaban de nuevo, los tres reunidos como cada semana en la esquina de la calle, tomando cerveza a escondidas de sus padres y de la policía, utilizando sus mejores piropos con las muchachas que pasaban.
Era temprano, apenas las 6 de la tarde y muchas chicas de las colonias vecinas se daban sus vueltas por ahí, era agradable contemplar la pasarela y todo iba bien, excepto porque Memo, ese marica amarranavajas, en la nueva opinión de Toño, que antes lo consideraba únicamente un marica, no dejaba de dirigir miradas nada sutiles a éste, exigiéndole que cumpliera su palabra. Solo que Toño desconocía cómo empezar una pelea, nunca lo había hecho antes, y además, no estaba seguro que querer empezar su carrera de bribón madreándose a su mejor amigo por algo sin importancia.
Total, si no Victor, otro pendejo sería el ganón.
En un momento dado los miró a ambos, Víctor se las olió y les preguntó qué se traían, pero en eso apareció Alina, la hermana de Toño, y lo reclamó para sí pues requería que la acompañara a un mandado, Victor la siguió de inmediato.
Memo miró a Toño y le dijo puto, éste sintió que la cara le enrojecía de vergÁ¼enza por haber faltado a su deber de hermano, volteó y vio a unos metros a Víctor y Alina, alejándose lentamente, se crispó tanto que no pudo evitar írsele a los madrazos a Memo, a quien ahora consideraba el peor de los chismosos.
Le tiró un diente y le aflojó otro en el corto lapso de duración del evento, y habría sido peor si Víctor no hubiera llegado a detenerlo.