Mi hermano y su hermano. HÁ¥kan Lindquist. Editorial Egales.
«A veces me dan ganas de llorar. Como si… como si la pena se debilitase, se extinguiese, solo para herirme de nuevo, con más crueldad. Como algo vivo. Y nunca estoy preparada. La pena se apodera totalmente de mí y es tan demoledora como cuando ocurrió todo».
Página 26.
«-¿Daniel siempre tendió al desánimo. Es su carácter, supongo. Pero lo quiero mucho.
-¿Por qué está triste?
Mi madre cabeceó.
-Jonas, esto tendrás que preguntárselo a Daniel si deseas saberlo. No quiero hablar de sus sentimientos. Sería como cotillear, ¿no te parece?».
Página 47.
«No había letras en la tapa, aunque alguien había dibujado un cráneo y unos huesos cruzados en la superficie marrón.
Acababa de encontrar la caja de tesoros de Paul.
Sonreí a la caja como si fuese algo vivo, un objeto amado».
Página 94.
«No hay por qué tener miedo -continuó el otro chico-. Lo peor que puede ocurrir es que gente que no tiene nada que ver con nosotros diga tonterías. Pero como no tienen nada que ver con nosotros, no nos importa, ¿verdad?».
Página 110.
Ignoro cómo se vive el nacimiento de la sexualidad (o, por llamarlo de otro modo, la sexualidad del adolescente) en los países nórdicos, pero en un momento como el actual, cuando la palabra ‘pederastia’ es una de las favoritas para hacer los telediarios y los programas de ‘investigación’ más morbosos y por lo tanto con mayor audiencia, hay que felicitar la valentía de un autor capaz de hablar de las relaciones entre adolescentes con la naturalidad con la que lo hace el sueco HÁ¥kan Lindquist.
El libro se lee con facilidad pero ello no implica simplicidad, ni mucho menos redacción superficial o ligera. La predominancia del diálogo, para el que tiene gran talento el escritor, convierte la lectura en algo muy televisivo, muy fílmico, y eso acelera la lectura dotando además de gran ritmo a la historia.
El argumento consiste en el despertar sexual y emocional de un adolescente de quince años que es descubierta poco a poco por su hermano, diecisiete años más tarde, pues nace después de la muerte del primogénito. A los padres y a un amigo de la familia es a quien preguntará por ese hermano que no llegó a conocer, aunque se encontrará con un dolor profundo, con un muro de olvido que han practicado los tres como anestésico.
Vencerá, con insistencia, esos obstáculos en el camino para acercarse a ese otro adolescente al que de alguna forma recuerdan sus gestos, su rostro… Aunque sean diferentes.
Hallará en su camino una carta, un diario, algunas ropas viejas y un amor, el primer amor. Amor por otro adolescente varón, para más señas, inmigrante checo cuyo idioma y dulces palabras jugarán un papel importante en el lado poético y tierno de la novela.
Hay un punto en el que, dado que nunca les dice a los padres lo que descubre de su primer hijo, podría pensarse en cierta hipocresía, en que el hecho de descubrir que su primogénito fallecido en la flor de la vida era homosexual implicaría más dolor al que ya albergan. Pero, por la naturalidad con que se aceptan los hechos y la orientación sexual de ese protagonista ausente se tiende a pensar en cambio que nada añadiría a los padres saber las preferencias eróticas de su hijo. ¿No era acaso el mismo gay o hetero? De hecho nada se aclara sobre la orientación del segundo, el que investiga. Porque no importa realmente.
El otro logro del libro es el personaje, amigo de la familia, retirado por invalidez (debida a la bebida). Da la impresión de que el hecho de haber vivido su propia homosexualidad de forma oculta y ¿sin realización?, haya podido tener que ver con su tristeza y su tendencia al alcohol. No se explica, pero los silencios parecen indicarlo. De hecho estamos ante un libro en el que los silencios (como los otros diarios desaparecidos del adolescente fallecido) juegan un importante papel. Aunque interpretar silencios es, probablemente, aún más difícil que interpretar palabras…
En un determinado momento del libro, cuando la acción ya está bastante avanzada, el autor tiene el valor inconmensurable de tomar el toro de la verdad por los cuernos y reconocer aquello que sentimos la mayoría de las personas, las que no nos dejamos llevar por la desesperación: la pena no es omnipresente, en los momentos de mayor pena nuestro pensamiento se evade, se escapa, atendemos a varias circunstancias, incluso frente a la muerte no somos capaces de mantenernos (afortunadamente) en la el dolor de forma absoluta. Sería el cero absoluto.
Libro tierno, directo, honesto, claro, y valiente. Novela fresca, verosímil y, a pesar de la dureza de los hechos, encantadora.