Triste es que un artista sea aupado velozmente a la gloria cuando no tenga capacidad para soportar su éxito.
Triste es que un artista con éxito no haya sabido administrar su fortuna ni rodearse de gente adecuada para seguir una carrera próspera.
Tristes son los desarreglos psíquicos o anímicos que son consecuencia de una infancia traumática que un artista con éxito intenta compensar con hábitos poco usuales y socialmente poco aceptados.
Triste es que un artista de éxito se convierta en payaso del que se ríe y aprovecha la sociedad parásita de chupópteros profesionales y vampiros que viven de fortunas ajenas sin piedad alguna.
Triste ha sido la vida de Michael Jackson. Nunca he sido fan de él, aunque reconozco que sus éxitos musicales y escénicos de los años ochenta marcaron una época, un estilo y fueron símbolo de la profesionalidad estadounidense del espectáculo, con aquellos ballets multitudinarios perfectamente sincronizados.
Todos los hombres somos producto y consecuencia de nuestro entorno social, y más que uno sufre traumas más o menos intensos vividos sobre todo en su fase de desarrollo de la personalidad, por situaciones personales, familiares y sociales que hasta cierto punto dependen de todo menos de la voluntad del afectado.
Michael Jackson tal vez pareciera -aparentemente- un niño feliz, perteneciente a una familia de artistas, lo que marcó su porvenir musical. Pero esa familia no le supo preparar para la vida ni darle lo que toda su vida buscaba, pues de los últimos años de su vida en Neverland -el País del Nunca Jamás- dejaron a la vista sus hábitos de vida un tanto descolocados, de dudosa moralidad, aprovechada por algunos o muchos dispuestos a satisfacer sus deseos infantiles con concesiones poco habituales y poco contrastadas. Una búsqueda constante de la infancia que nunca tuvo.
Ha fallecido un gran artista caído en la decadencia, endeudado por la mala gestión de su fortuna y el descontrol de su vida familiar y privada, un negro que quiso convertirse en blanco y ha sufrido desarreglos cutáneos graves que -como se rumoreaba últimamente- le han provocado un cáncer de piel. Su decadencia comenzó con aquel incendio del escenario en el que actuaba y que le causó graves quemaduras en la cabeza.
Desde hace tiempo, Michael Jackson ha vivido como un muerto viviente en un mundo convertido en thriller y camuflado como parque de atracciones en el nunca jamás. Sus últimos diez o quince años han sido un calvario, sin apenas cabello, sin apenas nariz y sin capacidad de actuar en escenarios para poder remontar el vuelo tras la pérdida de su parque temático particular embargado por insolvencia sobrevenida.
El proyecto de las inminentes 200 actuaciones le superó en su capacidad de aguante físico y psíquico. Desde hace tiempo vivía drogado y medicado. Su peso se había reducido a apenas 45 kilogramos, lo que hace impensable poder soportar el esfuerzo y estrés de 200 actuaciones en 200 ciudades diferentes por todo el mundo.
Michael Jackson desde hace tiempo no creaba, sólo consumía y se autoconsumía, sumido en un mundo de fantasía y desgracia personal, viendo al mismo tiempo su estado decrépito y decadente que a cualquiera sobrecoge.
Triste se queda el mundo hipócrita de sus fans. Triste es ver un final infeliz de un infeliz que tuvo todo para ser feliz hasta el fin de sus días.
El telón ha bajado por última vez. Descansa en paz, Michael Jackson. Seguro que el purgatorio ya lo has pasado para subir a los cielos y alegrar a las almas errantes entre las nubes llenas de ángeles ansiosos de bailar contigo. Hasta San Pedro se alegrará de abrirte la puerta.