Michael Moore debería cuidar más las apariencias. Uno no puede hacer un documental criticando los excesos del capitalismo («Capitalism: A Love Story») e ir a celebrar el estreno del filme a una lujosa fiesta en un ático neoyorquino con habitaciones diseñadas por diferentes marcas comerciales como Hugo Boss, Heineken y Lufthansa. Una borrachera de libre mercado en toda regla que recogió un conocido blog de Hollywood y que parace sacada del mismo documental crítico de Moore.
El evento tenía como fin, además de promocionar la nueva creación del autor de «Bowling for Columbine», «Fahrenheit 9/11» y «Sicko», recaudar fondos para entidades benéficas. Una buena causa que atenúa la incongruencia pero no libra a Moore de un oportuno tirón de orejas.
No se puede ir por la vida de vecino «enrollado y solidario» poniendo a parir al rico que conduce un porsche y luego ser protagonista en un «sarao» digno de la jet set.
Cierto es que los relatos sobre la susodicha fiesta no indican que Moore perdiese los papeles entre tanta opulencia, pero sí que transigió con la puesta en escena grandilocuente.
Cuando uno explota su aspecto de «tipo normal», de «víctima de los abusos como cualquier otro» para señalar los males que afectan a la sociedad, tiene que ser así en su día a día además de parecerlo. No es que sus actos anulen el valor de su obra, sin duda muy recomendable, pero sí podrían llegar a afectar a su credibilidad. El que practica lo que critica suele ser tachado de hipócrita y la hipocresía es a la larga una mala inversión.
La cosa no acaba aquí y, en lo que empieza a parecer una campaña para derribar a Moore de su pedestal de defensor de las causas justas, el diario Los Angeles Times arremetió contra las amistades «peligrosas» del documentalista.
El periódico contó como Moore se alió con un experto en esto del capitalismo extremo y estratega para librarse de pagar impuestos, el magnate mediático John Malone, para financiar su «Capitalism: A Love Story».
Malone, dueño de la productora Overture Films y a quien Al Gore denominó «Darth Vader», ha sido etiquetado como monopolista y este verano fue penalizado con una multa de 1,4 millones de dólares por el Departamento de Justicia de EEUU por adquirir acciones ilegalmente.
Lejos de amedrentarse ante las críticas, Moore defendió que gente como ellos (Malone, Moore) deberían tener que dar el 70 por ciento de sus ingresos en impuestos para ayudar a financiar servicios como la sanidad universal en EEUU. Loable gesto por su parte, a mi juicio desmesurado, si bien las palabras, y por lo que se ve no tanto los actos, son el fuerte de este ciudadano común y corriente, con gorra y desaliñado, capaz de cantarle las cuarenta a los poderosos antes de irse de fiesta por todo lo alto.