Cultura

Modesto Roldán

No hace honor a su nombre. ¡Cómo va a ser modesto un pintor así! Vive arrebujado en Navalagamella. Ayer fui a verlo. Su taller es su casa, o viceversa, y tiene algo de cubil de fiera, de laboratorio de alquimista y de confesonario de monje lujurioso. Hay cuadros y libros por todas partes, pues Roldán escribe y pinta, y su pintura es literatura, y su literatura es pintura, y no hay modo de saber dónde empieza la una y termina la otra. ¡Tremebunda coherencia la de este hombre feroz y bueno, angelical y demoníaco, fáustico y mefistofélico, que ha ido por la vida de coño en coño! Nació en Huelva, pasó el Estrecho y arraigó en París cuando París era una fiesta española en la que bailaban los fugitivos del Régimen. Devoró las noches de Montparnasse, se tiró a todas las demi mondaines y colgó cuadros en las mejores galerías europeas. Estuvo en la célebre orgía organizada en homenaje a Dalí por una compatriota cuyo nombre no voy a decir. Por allí andaban el mirón de Cadaqués, Arrabal, Eduardo Arroyo, el Pistolas, una legión de nínfulas y una falange de sátiros. Cada uno lo cuenta a su manera. Yo me la perdí. Sostiene Modesto que el varón es una rama de árbol sediento que busca la humedad del océano existente entre los muslos de la hembra. Á‰sa es su antropología, su cosmogonía y su teología. Á‰se es también el leitmotiv de toda su pintura: piernas de mujer, vulvas de mujer, tetas de mujer, culos de mujer transformados en joyas de lascivo fulgor, en cascadas de pepitas de oro, en fetiches, arabescos y volutas inscritos en la tersura de la piel. Roldán es ateo, jacobino y bolchevique, pero su obra eleva a liturgia el sexo, lo santifica y lo convierte en tesoro de catedral, en paso de procesión de Sevilla y en culto a la Virgen cristiana que antes de serlo fue vestal pagana. Sobre él han escrito Cela, Dino Buzzatti, Xavier Domingo, Arrabal, Umbral, Villán, y ahora lo hace el Lobo Feroz. ¿Cuándo nos zampamos a Caperucita, Modesto? ¿Empiezas tú o empiezo yo? Ayer, al despedirme de ti después de haber devorado con los ojos a todas las mozas del pueblo mientras comíamos carne, y qué otra cosa, rediós, íbamos a comer, me regalaste un tríptico pintado en madera y articulado como si fuese la bisagra de las piernas de una mujer. Que Dionisos te lo pague. Yo te lo pagué con un abrazo fraterno, susurré en tu oído una frase de Proust y pensé en lo que decía el silbido de la serpiente amiga de Mowgli: tú y yo tenemos la misma sangre.

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.