Nunca he ocultado mi fascinación por el Prepirineo pero caigo en la tentación de comparar sabiendo que encontraré otros macizos que me ofrezcan visiones más allá de la talla del Pusilibro. También aquí estoy en el Pre, en los Prealpes Suizos.
Desde Lucerna, a la orilla del Lago de los Cuatro Cantones, a 436 metros de altitud sobre el mar, la distancia de mis ojos a la lejana cumbre del Pilatus ha sido proporcional con las ganas de subir a ella.
En el país del método, semejante decisión se hizo súbitamente accesible en la medida que, desechada la ascensión «a la clásica», dos medios de transporte llevaban en volandas a la cima sin mas esfuerzo que el monetario. La elección giró a favor del teleférico en contra de la del tren de cremallera, que tiene la «pitera» de trepar por un descomunal paredón de roca, en un malabarismo en pendiente de 48º. De esta prudente manera, el vuelo que procura la rápida subida nos trae al país de la niebla que, sin embargo, permite entrever inhumanos precipicios y de repente, el final, donde la roca se hace aire.
Después de la consabida visita al hotel mirador y a las privilegiadas terrazas con el mundo a sus pies, aprovechamos lo ordenados que son los suizos y nos atrevemos a tomar el camino que nos invita a subir aún más; a los 2.132 m. Reconozco que el aire me recuerda al de la cumbre del Moncayo, más alto, con 2.314, pero sin desmerecerlo, este monte gigantesco semeja el coloso ibérico puesto de pie amenazando desde sus bloques de granito con despeñaduras infinitas. No me extraña que sea una atracción turística en el país donde todo es atracción turística. El día ha tornado en apacible, desechas las nieblas. El centro de Suiza nos saluda. Al Sur, Los Alpes de Glarus, con el Pico Todi de 3.630 m apenas intuido. Debajo, Lucerna se da un baño en el lago. Al Norte, Zurich.
Descendemos al fin no sin envidia de los afortunados que desde la atalaya despertarán mañana escuchando a los pequeños pájaros negros que ahí habitan.