La vida cotidiana tiene para el ser humano de a pie numerosos e interesantes episodios que encierran en sí mismos los misterios más hondos que imaginar se puedan. Y la literatura recrea en ocasiones estos hechos dotándolos, de paso, de una especial estructura narratológica que apoya nuestra comprensión de ávidos lectores.
Hoy, gustoso como acostumbro de comentar obras que no son novedades de librería sino todo lo contrario, traigo a la palestra la novela Canción de cuna, de la muy viajera Bárbara Wood, todo un fenómeno narrativo muy vinculado en España con el marketing sagaz del libro impreso. La novela fue publicada por Grijalbo en 1995, y reeditada por el sello RBA Editores en 2001 y 2006.
Bárbara Wood nació el 30 de enero de 1947 en Warrington, cerca de Liverpool, pero emigró con su familia al sur de California, donde se educó. Aunque accedió a la Universidad de California, pronto abandonó los estudios para viajar y dedicarse a trabajos varios, entre ellos al de auxiliar de quirófano. De dicha experiencia laboral -algo más dilatada que las demás- se ha servido luego en los argumentos de alguno de sus libros. Según los datos de que dispongo, publicó su primera novela, Perros y chacales, en 1976. Sus obras se han traducido a más de treinta idiomas y se ha convertido en pocos años en un raro espécimen literario que no deja de sorprendernos. Quizá se deba su éxito popular -al margen de la pura y dura estrategia mercantil, esencial a la hora de vender libros- a la combinación de argumentos misteriosos y personajes intensos y vitales.
Esta inglesa demuestra en Canción de cuna sus dotes de buena psicóloga, pergeñando un relato en el que se conjugan con bastante armonía dos elementos importantes: un argumento claro y original, y un desarrollo de interés mantenido. La misma editorial Grijalbo, así como los sellos RBA, Mondadori, Nuevas Ediciones de Bolsillo y Círculo de Lectores, han impreso en nuestro país otros títulos de la autora que nos ocupa, como Trenes nocturnos (RBA, 2001), El fuego de la vida (Mondadori, 2001), Perros y chacales y Los manuscritos de Magdala (Nuevas Ediciones de Bolsillo, 2002), Las vírgenes del paraíso (Grijalbo, 2003), La mujer de los mil secretos (Grijalbo, 2008), etc. También apareció hace un par de años, L’estrella de BabilÁ²nia (Comte D’Aure, 2007).
En Canción de cuna, Barbara Wood nos relata cómo la protagonista, una jovencita americana de los años sesenta, educada para más inri en el seno de una tradicional familia conservadora y en el más ortodoxo catolicismo, queda un buen día embarazada por arte de birlibirloque. Lo más curioso es que su primera sensación orgásmica la tiene contemplando el cuerpo desnudo y herido del san Sebastián de su parroquia. Desde ese momento, Mary McFarland queda encinta. La novelista juega a dos bandas con los argumentos que ella misma plantea, ya que por un lado nos hace pensar que la visión del soldado mártir juega un papel esencial en la concepción virginal de la muchacha, y por otro lado se pone sobre la mesa el discutido asunto científico de la partenogénesis, es decir, el modo de reproducción de algunos animales y plantas que consiste en la formación de un nuevo ser por división reiterada de células sexuales femeninas que no se han unido previamente con gametos masculinos. En realidad, Barbara Wood nos acerca, más en concreto, al tema de la partenogénesis mal llamada artificial o experimental, que consistiría en la concepción natural a partir de óvulos que no han sido fecundados por espermatozoides, un proceso provocado o desencadenado a su vez por la acción de ciertos factores químicos o físicos.
La joven protagonista defiende a capa y espada su virginidad, en especial cuando su médico de familia le dice que no cabe duda de su estado. La chica jura y perjura que no es posible, que –a modo de nueva virgen María- ella no conoce varón. Pero el lector sabe que, en efecto, sí podría ser posible, ya que el narrador ha ofrecido, desde la atalaya de su tercera persona, una pista mínima gracias a la omnisciencia relativa de que hace gala en determinados pasajes del libro.
Mary se convence al final de su embarazo, pero se mantiene firme defendiendo el hecho de su virginidad. Estará embarazada, de acuerdo, pero no por haberse acostado con nadie. Es una lucha contra todos, incluso contra la razón y contra sí misma. La protagonista va cayendo de manera progresiva en la poza oscura de la incomprensión de la familia, de su novio y hasta de su amiga íntima, que en realidad la quiere en secreto más allá del afecto y el cariño de la simple y natural amistad. Llega a tal extremo su estado anímico, que la joven se siente atraída por las fauces graves del suicidio, del que sale milagrosamente bien parada.
Nadie parece creer en su versión de los hechos; ni siquiera sus padres, que en determinado momento piensan en el aborto como solución al problema. Tampoco su novio, ni su amiga del alma. A nadie cabe en la cabeza tan descabellada teoría. Y para colmo de males, ni siquiera el sacerdote en quien ella tiene depositada toda su admiración y confianza, va a tener fe en sus afirmaciones de inocencia.
Barbara Wood sabe mezclar con acierto los ingredientes de su receta: originalidad argumental, cierto misterio mantenido, algo de religión, una medida de mito y de sexo y una pizca de ciencia. Lo mezcla todo bien y lo adereza luego con unos buenos diálogos –la sal de la novela, sin duda- en cuyo seno se deposita el peso de la narración. Y así, de esta forma simple, se conforma la trama de Canción de cuna, un relato bien llevado que se adentra en los sentimientos humanos, en lo irracional de ciertas situaciones y en ese mundo ilimitado de lo posible y lo extraordinario.
En realidad, lo que Wood nos cuenta en el libro podría ser contado igualmente en quince hojas. El resto, hasta completar las más de trescientas que alcanza la edición que comentamos, no es sino armazón estructural, andamios literarios, ilusiones de tinta, descripción de situaciones, teatro puro. Pero en definitiva, precisamente eso -y no otra cosa- es la ficción literaria.
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