No tengo nada que decir, pero me empeño en alzar mi voz ante cualquier injusticia que detecto, como si fuera a conseguir con ello algo más que una afonía circunstancial y una úlcera de estómago que no cicatrizará jamás.
No tengo nada que decir, pero cada día arrojo mis pensamientos inermes, inofensivos y equivocados en las páginas de libertad de El Librepensador, ajeno a críticas espúrias y permeable a puntualizaciones inteligentes.
No tengo nada que decir, pero escucho a todo aquél que aporta un hecho diferenciador en la ideología dogmatizada de lo políticamente correcto y de la crispación mediática en favor de los intereses propios, nunca ajenos.
No tengo nada que decir, pero me embarqué hace años en un crucero de placer del que no me quiero apear buscando un lugar al que todos llaman felicidad, comprendiendo que no es un objetivo al que llegar sino todas y cada una de las piedras que conforman el camino.
No tengo nada que decir, pero disfruto como un niño haciendo el mal con cada palabra original que aparece en la pantalla del ordenador después de que yo utilice el teclado.
No tengo nada que decir, pero te aburro con mis palabras como si a ti te importara lo que yo digo, creyendo que te lo estoy diciendo a ti cuando me lo estoy diciendo a mi mismo.
No tengo nada que decir, pero no puedo vivir sin decirlo.