La existencia del hombre guarda multitud de conceptos y de bellos recuerdos. No solo por el hecho de ser, sino por el inmenso número de gente que piensa y siente de forma parecida. Claros hechos que se aún ven más patente en las palabras que se van separando, de mismo modo que se separan las personas de una comunidad. Pero entonces eran otros tiempos.
Si no, usemos un ejemplo habido entre pueblo y ciudad (no medido en el momento actual, pues su contraste sería aún mucho mayor), sino comparándolo con entonces. Muchos lugares que hoy son auténticos paraísos, si bien en los años 50 -yo era pequeño-, algunos se asemejaban en muchos casos a auténticos muladares.
Los molinos de aceite estaban dentro del mismo pueblo. Y el alpechín que derramaban los capachos iba regando el suelo en dirección al río Guadalete. Otra mucha gente podría hablar del saneamiento y de los desagÁ¼es pestilentes. Pero es verdad que eran otros tiempos…
De más está decir que salvando a los obreros del campo, en Arcos de la Frontera había una suerte de profesiones sorprendente, inagotable: talabarteros, herreros, soldadores de utensilios domésticos, arrieros, taberneros, afiladores, paragÁ¼eros (que arreglaban paraguas), afiladores, zapateros remendones, el hombre del carro de la nieve (hielo), los leñadores, los lecheros, los panaderos… muchos de los cuales pregonaban sus mercancías, y a veces, las voces mezcladas se confundían, formando un guirigay de mil demonios.
En tanto que los chicos, aprendices en ese momento del oficio elegido, pronto se independizarían para hacer libremente su trabajo. Y hoy apenas se ven por las calles. Pues demás está decir que, aunque no lo parezca, la vida va cambiando a pasos de gigante. Y Arcos no podía ser una excepción.
Recuerdo que el saneamiento y el alcantarillado eran francamente escasos. La luz eléctrica se iba cada dos por tres. Los trabajadores, que hacían sus labores alejados del pueblo, a su casa volvían cada quince días, para asearse y cambiarse de ropa.
Pero todo cambia, afortunadamente. Y con el paso del tiempo, llegaron los medios de comunicación (la radio y la TV, sobre todo). Lo que sin duda abría los ojos a gente. Digamos que con estos medios, el pueblo, aunque tímidamente, comenzaba a culturizarse (aunque, sobre todo en la radio, al principio novelas de hondas raíces dramáticas, como Un arrabal junto al cielo, Ama Rosa, etcétera, era algo tremendo a mediodía y por la noche. Y muchas mujeres, llora que llora.
En la costa, sobre todo de Málaga, comenzó el cambio mucho antes. La gente andaba allí mucho más despierta que los arcobricenses.
Pero volviendo a casa, los que recuerdan bien aquella época, estarán conmigo en que el pueblo digamos que se dividía en dos grandes zonas o partes: el Barrio Alto y el Barrio Bajo, este segundo, mucho más pequeño; al Barrio Bajo también se le llamaba (y se le sigue llamando hoy) el “Hoyo del picón”. Aunque por más que lo haya preguntado, sigo sin saber por qué lo llaman así. Supongo que alguien habrá que nos eche una mano en esta pequeña incógnita histórica. Pero lo cierto es que aquello parecía, y sigue pareciendo, no uno, sino dos pueblos unidos.
Hace poco estuve en Arcos, en compañía de mi mujer y unos amigos, a los que intenté enseñarles el pueblo, parte del cual está completamente desconocido. Desconocido para bien, claro, por más que echara yo en falta los fáciles y anchos caminos por los que me desenvolvía entonces, jugando con espadas de madera, o la pelota…
Decía que estuve en Arcos. Y me hicieron una entrevista relacionada con la presentación de un libro. Y yo decía entonces que no tuve más remedio que marcharme, y a partir de entonces vine poco por aquí, por traslado al norte de España.
Pero cuando salí de Arcos hecho un muchacho, sí que lloré. Pero hoy vuelvo a mis raíces.