La infamia y fundamento de Nuestra Nación –si no fallida sí, y con mucho, caótica y todavía doliente: dolosa– hallaría la manera de traslucirse, y a la vez de exorcizarse, al conjugar sus genocidios (como “agresión” señalizada: teoría gestalt). Mas no se ha podido aún digerir a lo otro, a lo verdugo; y de ahí que lo uno tampoco termine de cuajar o conformarse. A medida que se ha incrementado la incomprensión común y mediante la desvirtuación cual fuste, se ha dado “patria” en este suelo a un sinfín de humanidades. A modo de vergajos.
Lo destacable, e incluso decisivo, de los síntomas –como cuando se chinga– estriba en que dentro de ellos subyace también la diagnosis, y en consecuencia aun la profilaxis:
En derredor de este relajo –Jorge Portilla; corrupto-r: Roger Bartra– se alcanza a otear lo continuo, la cronicidad –y el prejuicio, la ausencia de carácter o inseguridad: dislocación de la id-entidad. Pero en el mismo conjunto, o sea lo mexicano, se halla implícito eso –Estado o individuo– que ya no quiere ser “indito” y repudia su ascendencia precortesiana[1] –dialéctica dominio-subordinación más que disolución de un ‘clientelismo’ benévolo–; eso que del mismo modo que observa con resentimiento (justificado además por la historia; si damos por buena validez que lo irracional pueda admitir argumentaciones, más allá de todo análisis) al otro post-conquistador[2] (la tirria de sentirse hijo ilegitimo, el Ismael de nuestros tiempos), enarbola el “cangrejismo” como reacción ante su impotencia y frustración (que incluso coquetea con el fratricidio), o el no menos esperpéntico “malinchismo”. A esto le es sucedánea la anestesia al dolor, la carcajada burlona –no perdamos de vista que a la burla le antecede el sufrimiento. Justamente la mexicanidad irrumpe como el Alzheimer y la amnesia: en una pérdida forzosa o inconclusión de la identidad, del mismo modo como se activan las medidas de defensa o bloqueos por parte del inconsciente: al dejar de tolerarse lo externo y sus fracasos;
No obstante, en lo mex-trickster se guarece también la génesis de la búsqueda y la apertura, posterior al exilio involuntario y a un aleatorio respiro conciliatorio. Bien que el rechazo a la memoria procede de eventos traumáticos (así como la sevicia enumera paraísos añejos, vagos y extraviados), llega también un instante ulterior (rezagado caudal): la ruptura, el momento de hartazgo. Germina así lo uno, ya no se conforma con la resignación[3]. Pretende instalarse en lo otro, en lo catártico, asumir su trans-mexicanidad en un contexto global; apropiarse como le corresponde de sí, consciente de su dignidad: tan valedera como la de un escandinavo o un pigmeo. Aquí la noción trasfigurada de «libertad» juega un rol determinante hacia el futuro y en modo alguno secundario –mas por economía gráfica desatenderé este punto–, azuzada por la incompetencia alojada en el olvido, o peor: en lo que ni sana ni supera. Ni bálsamos (como en su momento lo fuera la nantzin/mamacita Guadalupe: hibridación por antonomasia de lo náhuatl-arabesco) ni Estados Utópicos (dado que no se renuncia ni se traslapa a una sociedad como por ensalmo vía la letra o la academia) rehabilitarán lo acaecido: la interdicción a ser uno y lo mismo; la abjuración de un pasado común fangoso. Tenemos que lo que hay abomina de sí, de lo que ha sido. (Concuerda así, ¡por fin!, con su época.)
En conclusión, esta sociedad sin saciedad en gestación se caracteriza por la figura retórica favorita de Góngora y Argote: la hipérbole; y más, por la anciana confrontación o choque de civilizaciones (del racismo y segregacionismo disfrazado de teoría en Samuel Huntington, al neotribalismo o ‘macdonalización del mundo’ en Michel Maffesoli) como repulsa ante lo otro “alienígena”, ante ese cómico grotesco y degenerado que no ratifica los arquetipos de la “normalidad”; donde se respira un aire puro, según dicen. [Si bien los códigos-mitemas de EUA[4] y Mexi.com se reducen al calco patito, al arte de los filibusteros o llano pirataje. En el segundo caso no ya de Europa: por una parte devenimos copia de la copia, como lo denuncian otros discursos; y por otra, conservamos rasgos culturales: memes, apenas despojos útiles de la Mesoamérica]. Lo basto y superfluo no nos basta. Habrá que asimilar, atar los cabos de las correlaciones y analogías (Mauricio Beuchot), desenraizar contrarios, aún ignotos e inconexos conocimientos y situaciones todavía no incorporados a nuestra visión de lo social. Los que reclamarán, igual, de estudiosos y ciudadanos alinearse conforme a distintas problemáticas. Intención será del conjunto venidero examinar estos inciertos procesos de socialización, si y sólo si aspiramos a un colectivo funcional, menos hostil, predatorio-patriotero y patychapo-yesco (el Estado Mental imperante), e inclusivo de esta nueva excursión entre culturas.
[1] Cuya contraparte se deja sentir por el lado de los indígenas, v.g.: los huicholes (wixaritari: dadores de vida o agricultores) llaman al mestizo “teiwari”, y ese mismo vocablo significa a su vez gusano o impureza.
[2] Guiño que le es correspondido, a él y a su parentela latinoamericana, en forma de desdén por parte del “ibérico castizo”; a todo esto, un refrán en Europa del norte enuncia a la letra: ser “tan orgulloso como un español”.
[3] …los individuos esperan, porque «saben» que puede esperar; pero no esperan demasiado porque «saben» que esta sociedad opone de hecho barreras infranqueables a una ascensión libre; esperan sin embargo más de lo que deben porque viven dentro de una ideología difusa de movilidad y de crecimiento. Baudrillard, Jean, Crítica de la economía política del signo, trad. Aurelio Garzón del Camino, Ed. Siglo XXI, México, 1977, p. 157.
[4] De cualquier modo, aunque esta consideración prejuiciada sea un pseudo psciologismo aplicado a un pueblo en su conjunto y no a casos particulares (anterior aun a la psicología social; empero, dicho sea de paso, los yanquis son todo un caso), creo que algo de visión “razonable” tenía el filósofo cuando afirmaba: El carácter propio del norteamericano es la vulgaridad bajo todas sus formas: moral, intelectual, estética y social. Y no sólo en la vida privada, sino también en la vida pública; haga lo que quiera, no deja de ser yanqui. Puede decirse de esto lo que Cicerón de la ciencia: Nobiscum peregrinatur, etcétera (…) Son, propiamente hablando, los plebeyos del mundo entero. Schopenhauer, Arthur, El amor, las mujeres y la muerte, Ed. E.D.A.F, Madrid, 1963, p.p. 187-188.