– En las grandes ciudades parecen tratar a la gente como si fueran discapacitados profundos, – dijo el Maestro mientras ayudaba a limpiar unas carpas que le habÃan enviado desde la cocina. Continuó:
– Un dÃa, cuando el Mulá se puso a trabajar en aquellos grandes almacenes para poder pagar sus deudas del juego, se presentó al trabajo y su jefe le echó una buena bronca. “¿Pero qué pasa ahora? ¿Qué he hecho mal?â€, preguntó NasrudÃn. “¿Y todavÃa tiene el rostro de preguntármelo?â€, respondió furioso el dueño del almacén. “No veo la razón de su enfadoâ€, dijo tranquilo el Mulá. “Y, si me lo permite, le diré que eso de alterarse no es nada bueno para la salud. Sobre todo a sus añosâ€. «Â¿Cómo que a mis años ni qué niño muerto? ¿Cómo ha desaparecido de su puesto de trabajo ¡durante tres semanas sin permiso!?â€, respondió el jefe. “¿Cómo que sin permiso? Yo vine a su despacho para pedirle tres semanas de vacaciones para ir a comprar un burro a mi pueblo, que ahora es buena época. Usted no estaba y, entonces vi colgado en su puerta un gran cartel que decÃa ¡No pregunte! ¡Hágalo usted mismo! Y claro, ¿qué iba a hacer? Pues obedecÃ, y ya está. ¿No ve como todo está claro?†Y sin inmutarse, cogió su caja de herramientas y siguió adelante.
J. C. Gª Fajardo