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Cuatro puntos cardinales, cuatro vectores unidireccionales; el primero quiso ser vapor, elevarse sobre sí mismo, teñirse de gris y blanco llevando consigo el fresco aroma de las verdes briznas de tierra; el segundo quiso ser luz, descender desde sí mismo, teñirse de amarillo y naranja llevando consigo el cálido recuerdo del tiempo coagulado sobre estrellas; el tercero quiso ser oscuridad, envolverse sobre sí mismo, teñirse de negro y plateado llevando consigo el diáfano estupor de estériles palabras mudas; el cuarto quiso ser azar, multiplicarse por sí mismo, desteñirse de todo color arrastrando consigo la indulgente causalidad progresiva.
Cuatro puntos cardinales, cuatro vectores bidireccionales; sobre un acantilado, sangre es ocaso de soles difuminados sobre la línea que dibuja con acuarelas el filo del mar; sentado, con la mirada perdida de aquél que no tiene ojos, aquél que con su vista tatuada en el dorso del cráneo, como algoritmo escalonado y mil bacterias cleptómanas de sueños; siendo piedra, disertando de los adornos orfebres que escinden en múltiples pedazos geométricos el voltaje de memorias perdidas entre nubes de azufre; llega la noche, el segundo vector deja que el primero reine el espacio del tercero; el cuarto, relámpago que quiebra el pusilánime hedor de otoño, trueno que convierte el silencio en notas arrítmicas susurradas al mar.
Tormenta, monumento al tormento. Dirige a los cuatro puntos cardinales el mensaje del mocoso amputado de sí mismo: hoy el crío sueña con dormir: duerme sin soñar.
- El crepúsculo de los olvidados