Habrá quien se sorprenda de encontrarse con este relato de Arturo Pérez Reverte. Por fortuna rastreando en mi biblioteca y en mi memoria encontré el Sobre cuadros, libros y héroes, obrita de cuentos y ensayos de corta extensión directamente emparentados con este Ojos azules. Que Arturo Pérez Reverte va más allá del Capitán Alatriste es algo que pasa lamentablemente desapercibido para no pocos.
Este escritor auténtico, honesto consigo mismo, sin pelos en la lengua para nadie y para nada, no sólo es capaz del periodismo más documentado, sino también de la novela que engancha y del cuento que noquea de un buen golpetazo, descrito con palabras duras, si es preciso, y con palabras precisas, aunque sean duras.
En Ojos azules el autor hace uso de su maestría para pintar con pocas palabras el escenario, al personaje y hasta el aire que respira contaminado por el sudor del miedo, la acidez de la codicia y el calor del barro húmedo. Será porque el ambiente militar y los conflictos bélicos (sean cuales fueren) le resultan conocidos de primera mano; será porque Pérez Reverte conoce el alma humana con su avaricia, su intolerancia y su ignorancia, que son tres de los elementos básicos de todo enfrentamiento armado. Pere Gimferrer analiza en el prólogo la grandeza de esta obrita capaz de hablarnos con gran profundidad en poco espacio y tiempo, por lo que yo no podré añadir mucho más en ese sentido. Además el libro está acompañado por unas ilustraciones que podrían hacer las delicias de adolescentes y lectores de un cómic muy cuidadoso con los detalles, muy pulcro en la línea. Quizá, desde mi punto de vista, algo alejado de la desgarradora y auténtica historia (no en cuento verídica sino en cuanto creíble) de gloria y de muerte; de pequeñez y de humanidad; de momento que debería ser inolvidable en la memoria colectiva que, por desgracia, no existe.
Con un estilo directo, con un lenguaje propio de un soldado actual, se describe la «noche triste», con su inmensa desgracia humana. Y hay suficiente espacio en apenas unas páginas para lamentar la situación de los españoles, la de los indígenas, la crueldad y la codicia… y el deseo de trascender: «Bum, bum, bum, bum. Aquello sonaba adentro, precisamente en el corazón, que los más cenizos ya imaginaban fuera del cuerpo, ensangrentado, abierto el pecho por un cuchillo de obsidiana. Bum, bum, bum. Menudo plan, pensó el soldado mirando las caras mortalmente pálidas de los otros. Venir desde Cáceres y Tordesillas y Luarca y Sangonera, que están lejos de cojones, para terminar abierto como un gorrino, con las asaduras hechas brochetas en lo alto de un templo, aquí donde Cristo dio las tres voces» nos dice el protagonista ya en la página seis contando su experiencia en una primera persona imposible y de notable fuerza. «Á‰l tenía la certeza de que iba a salir con bien de aquélla; y a su regreso ya no tendría que arar la tierra ingrata en la que había nacido, seca y maldita de Dios, tierra de caínes esquilmada por reyes, curas, señores, funcionarios, recaudadores de impuestos y alguaciles; por sanguijuelas que vivían del sudor ajeno».
Y a pesar de todo aún se cuela algún rayo de luz, y no es precisamente el del oro pues la lluvia y el barro le arrebatan toda posibilidad de brillar, en este relato que corta como aquellas espadas recién afiladas, o como aquellas espadas incluso oxidadas, capaces de matar de una forma u otra, un haz de sentimiento: ese algo que late en nosotros cuando trascendemos nuestro cuerpo para entrar en contacto con otro y transmitir, directa indirectamente, vida.
Delicioso texto que, como su autor, no es apto para remilgados… .