Tú que has creado Todo de la Nada
y riges las órbitas de los astros con tu mano celeste
y compones las notas del canto de los pájaros,
cómo puedes ocuparte de lo que a mí me ocupa,
pequeñas minucias que no sé si te alcanzan.
Que mi hijo apruebe la pendiente.
Que este lunar no sea nada malo.
Que mi padre sane de su infarto y vuelva a casa.
Que no me suban mucho la hipoteca.
Que el trabajo no falte (ni tampoco sobre).
¡Cuántas cosas pequeñas para alguien tan grande!
Perdona, Señor, nuestras minucias
como también nosotros perdonamos al amigo
que nos llama a la hora de la siesta
o al que cuenta por enésima vez su mili o al que narra
sus achaques con profusión de datos clínicos.
Todos son tu Imagen viva; y se merecen
el perdón, pero no sé
por qué tuviste que hacerlos tan latosos.
Tú, Señor, que tienes el copyright
de este extraño invento con alma, no te olvides
de que las minucias son para nosotros
lo que más importa, aunque parezcan,
a tu grandeza, un poco impertinentes.
Son el pobre barro del que está hecha esta vasija;
y Tú, el autor de la ocurrencia,
algo tendrás que ver en este asunto.