Los tiempos corren y obcecado es el afán de experimentación audiovisual que parece suplir lo esencial para relatar, o al menos comunicar una idea. Algunos realizadores pretenden generar emociones apelando a ciertos turcos de montaje, diseños ostentosos de producción, e inclusive en la composición de tomas “singulares”. Bien ejecutado el conjunto sería una interesante experiencia sensorial, pero al contrario si es preponderante, será un lapso vano y nada memorable. Cada vez más es obvia la carente importancia de una mayor riqueza narrativa, junto a una limitada comprensión retorica al plantear y desarrollar el porqué de esas impresiones. Es decir, falta una verdadera búsqueda de la coherencia interna de la vida.
Pocos aspirantes encuentran balance en la expresión, pues han sido influenciados por realizadores que en su momento parecían adelantados y dispuestos a explorar. Uno de ellos es el japonés Seijun Suzuki, autor justamente reivindicado cuya versatilidad ha sido inspiración para otros prodigios de la imagen como Wong Kar Wai, Jim Jarmusch, Quentin Tarantino y Takeshi Kitano, donde en los dos últimos es bastante evidente. Un tipo “todo terreno” y transgresor de los géneros que jugó con los formatos en una obra de alta carga simbólica, sin medias tonalidades ni atenuantes, rozando el surrealismo. Destacan piezas –entre ellas cintas sobre los Yakuza- como Tokio Drifter, Branded to kill, A tale of sorrow and sadness, Kagero-za, o una reciente, Princess Racoon; además se ha involucrado en la animación dirigiendo El oro de babilonia, una entrega de la saga del personaje Lupin Tercero, creado por Kazuhiko Kato, alias Monkey Punch.
De su extensa filmografía –pues realizó cuarenta largometrajes-, abordaremos Gate of flesh (Nikutai no mon o La puerta de la carne), basada en la novela de Tajiro Tamura. Un film algo desafiante, aunque se deja ver y evita abrumar al espectador.
Lo que pudo ser un retrato dramático más sobre el Japón de la posguerra de parcial mirada, sobresale en su estudio de personajes con heridas difíciles de cicatrizar, semejantes a las del mismo país. Los protagonistas, entre ellos un ladrón –que fuera soldado- y una chica que por desafortunados eventos terminan cruzando sus caminos en una conclusión devastadora. Ella debe prostituirse para sobrevivir y se une a un grupo de mujeres que defienden ferozmente su territorio para conseguir clientes; todo continuaba en relativa armonía hasta que aparece el mencionado sujeto y nos brinda momentos de discordia, por decirlo así. El grupo refleja la desesperanza y confusión en medio del deterioro moral que sufrió la nación, la confrontación es interior ahora. Su dignidad fue vulnerada, siendo reemplazada por el cinismo ético, consecuencia tanto la denigrante intervención aliada, como de la arrogancia japonesa durante y luego del conflicto. Suzuki jamás los juzga, muestra sus motivaciones primarias de manera visceral y aunque aparentemente no progresen – son cíclicas las personalidades adrede según como se perciba-, conforman una gran analogía del estancamiento de la patria. Posee una honestidad en pantalla que en otro director menos inspirado caería en el sensacionalismo más ridículo.
Además del grato cuidado en la sustancia, la forma no solo es llamativa, demuestra ser efectiva en ocasiones cuando impulsa su correcto ritmo, o tono. Hay cortes prematuros en determinados planos y algunas interacciones salen afectadas por la brevedad de las secuencias, pero su lenguaje reluce en su destreza al entrar en la psique de estos seres reprimidos y déspotas mediante segmentos de diseño teatral -insinuando matices del metalenguaje-, el uso de una paleta de colores complementarios en todo su esplendor psicológico, o una dinámica cámara que captura la ensoñación condimentada con destellos satíricos. Los efectismos están, sin embargo los asimilamos y no los sentimos en el primer visionado, al menos yo.
Su estética y puesta en escena surgen también de la necesidad, pues fueron apenas los diez días de pre-producción, veinticinco de rodaje y los tres de pos-producción. Algo habitual en la productora del film, Nikkatsu corporation, empresa que años después despide a Suzuki por no ajustarse a sus “cánones comerciales”; no quedó con los brazos cruzados e impone su respectiva demanda sin titubear. Ganó recuperando su integridad y seguiría trabajando con igual determinación pero esa es otra historia, la cual invito a que ustedes estimados cinéfilos potenciales indaguen.
El autodidacta y hábil cineasta sorprende rompiendo las “normas” jugando de manera inteligente con el espacio, el tiempo y la luz en una historia que embarga el eterno debate entre las exigencias de la carne y los anhelos inefables del alma. Otro exponente que logra derribar las condiciones, o prejuicios de la Serie B.
Ese enlace creado de la violencia –no solo física- con el erotismo estilizado, manifiesta la impotencia frente a una vida inclemente y potenciada por la agresividad narrativa tan particular de su autor. En la efervescencia, el candor y el placer, nos entrega miradas sedientas de lo que sea para mitigar el dolor impreso en una cadena de espejismos. He aquí la marca de un genuino provocador de vanguardia.
Exhaustivo, metafórico y franco, Seijun Suzuki es concreto al plasmar ambigÁ¼edad en sustentadas fisuras humanas. Requiere de paciencia para encontrarlas y nosotros siempre sabremos agradecerlo.