En lo mejor de los ’70 había bandas de música que escribían historias para que sus vocalistas las contaran y, sí, también las cantaban. Consta en actas que los británicos de Paper Lace alcanzaron el número uno de los Hot 100 del Billboard con esa batalla ficticia entre gángsters relacionados con Al Capone y la policía de Chicago.
El narrador recontaba en primerísima persona la angustia de su madre, que esperaba llorando y rezando el regreso del marido, padre de su hijo y policía de Chicago. En la voz del vocalista Carlo Santanna sonaba más o menos como in the heat of a summer night, in the land of the dollar bill; when the town of Chicago died, and they talk about it still; when a man named Al Capone tried to make that town his own, and he called his gang to war against the forces of the law…
El cuento es puro invento, a pesar de las alusiones a Capone y su banda, porque nunca hubo un tiroteo entre ellos y los canas, menos todavía en el East Side de Chicago: el reino del Al sobre el “sindicato” no permitía esas vulgaridades. A los canas se los desaparecía con elegancia, sin hacer llorar a priori a sus viudas. Por otra parte, en ese East Side que era sólo un vecindario chico hincado a varias millas del centro vivía el capo Capone; en el 7244 de la avenida South Prairie para ser más exactos. De hecho, si hubiese podido elegir, el Scarface hubiese querido nomás terminar su carrera delictiva por evadir impuestos y por tener en su posesión más armas que dios, antes que agarrarse a balazos con nadie.
Más bien, The Night Chicago Died podría estar basada en la famosa masacre de San Valentín de 1929, pero esa carnicería fue entre mafiosi, en un invierno crudísimo y en el área norte de la ciudad; the heat of a summer night se lo imaginaron los compositores.
Lo lindo fue ese trabajo de imaginación, porque ninguno de los tipos de Paper Lace había estado jamás en Chicago; su conocimiento de ese mito urbano y su marca en la historia lo tenían de las pelis o de las series sobre la mafia y sus malas pulgas. En ese tiempo, cuando vender un millón de discos significaba una certificación Platino de la Asociación Americana de Industrias Discográficas, los Paper Lace vendieron dos.
Están buenas las historias cantadas por juglares de solamente un siglo atrás, cuando se pasaban el trabajo de inventar cuentos creíbles y, encima, les ponían música a medida, con puntada ancha, manga larga y bailable. Gustaban porque uno podía volar con imaginación propia y pintarse el cuadro que quisiera, como por ejemplo que dios bailaba disco con zapatos de tap.