Vivimos de paradigmas, de ejemplos en los que basarnos, ejemplos a los que alcanzar, paradigmas de quita y pon que nos sirven de referencia y hacia los que queremos caminar imaginándonos que en ellos encontraremos nuestro elixir de la eterna felicidad.
Pero no nos damos cuenta de que la eterna felicidad no existe por definición, porque si la felicidad fuera eterna dejarÃa de ser felicidad y se convertirÃa en rutina, porque la felicidad es felicidad por contraste y no por denotación etimológica.
Una etimologÃa que ha ido perdiendo fuelle en su importancia real en la composición de las palabras, al amparo del desarrollo sociológico que disipó la validez de conceptos tan aclamados como el de izquierda polÃtica.
Unos pocos pensadores obsoletos y recreadores de lo polÃticamente correcto se empeñan en seguir vendiéndonos conceptos de izquierdismo carentes de sentido en nuestra sociedad de hoy en dÃa, muy alejada de la que vivió, sufrió y dinamizó la Revolución Industrial, germen de la polaridad polÃtica.
Una polaridad que hoy se ha disipado al extremo ofreciendo una amalgama de propuestas improvisadas y de polÃtica de alcantarilla que no aportan nada a la sociedad pero que sà intentan sustentarse en los paradigmas ideológicos de la izquierda y la derecha.
Unos paradigmas que deberÃan de haber cambiado volviendo a los cimientos de la génesis de la ideologÃa, la solidaridad en la izquierda y el beneficio en la derecha, aunque hoy parece que los paradigmas son inversos, la derecha habla de solidaridad y la izquierda de beneficio.