Permíteme, querido amigo y admirado poeta José Manuel de Lara, que te vuelva del revés el patio donde tus versos juguetean en “melódica y sentida poesía”, como los definiera Gerardo Diego, y lo haga de luz finísima y destellante. Bien sé que la sombra de ese patio no engendra obscuridad alguna, pero es que es la claridad total la que se me queda impresa cuando de un tirón me bebo tus palabras. Que sin mediar en otros menesteres, sorbo y sorbo estrofa tras estrofa y las taladro en la memoria para poder lanzarlas al aire, por ver que alguien al vuelo quisiera recogerlas y transfigurarse.
Campanas de mi infancia / que están tocando / por los cielos perdidos / de un mundo extraño… Casa con patio y con pozo, / y zaguán. Y aquella tapia / que separaba del mundo / mis soledades tempranas… Si yo pudiera volver / a la sombra de aquel patio / y aquella casa tuviera / las luces que se apagaron… Y el poema que hace honor al título del libro: Lejos de todo, en silencio, / yo, pensativo y extraño, / desenterraba otra vida / dentro de mí. Tan temprano. / Entonces llegó el amor, / tan inseguro y tan pálido / como una estrella fugaz / en el final de un verano. / Siempre indeciso, distante, / con la duda entre las manos / y la música de un nombre / deslizándose en mis labios. / Y ahora que no la nombro / ni la busco ni la llamo, / siempre me encuentro su sombra / bajo la luz de este patio.
Permíteme, poeta José Manuel de Lara, que te diga que en estos tiempos en que el alma de los humanos se remueve aterrorizada, este “breve librito de poemas”, como tú lo llamas, ha supuesto para el que suscribe una delicada brisa de esperanza.