Soy polígamo, pero hoy practicaré la endogamia. Metaliteratura, y esas cosas: hablar de comida mientras se come, rodar películas sobre cine… Hace unos días, en El Escorial, cinco columnistas de EL MUNDO hablaron de columnismo. Gistau dijo que el de este periódico es bullicioso. Razón lleva, y que el señorito de Umbral no nos la quite. Lo del bullicio da pie a escaramuzas entre los estilitas, que a menudo, como en los casos citados, son también estilistas e, incluso, estiletistas. Estilo significa punzón y el estilete es un puñal. Se me está yendo el verano en escaramuzas endógamas. El Lobo Feroz ha tenido ya que enseñar los dientes, por lo de los sanfermines, a Lucía Echevarría, Martín Garzo, Mendicutti y los correctores de imprenta (¡y de estilo!) de la sección de Cultura. Hoy se los enseñará a su amigo David Torres. Cuando un columnista llama eso, amigo, a alguien, es que le va a dar una colleja. El miércoles, mientras cinco columnistas de EL MUNDO hablaban del columnismo de EL MUNDO en la celebración del vigésimo aniversario de EL MUNDO, el bueno de David, que a veces es malísimo, comenzaba su columna diciendo: «Mi amigo Sánchez Dragó…». Y luego me atribuía la intención de provocar la embestida de los incautos (sic) con mis opiniones acerca del alunizaje que nunca existió. ¿Doble error? El de mi escepticismo -no lo excluyo- y el de mi amigo Torres, que ve torres donde no las hay. Yo, David, no quería provocar a nadie, sino decir lo que pienso, y lo hacía, además, a instancia de parte. Se me pidió ese artículo, y dije en él, como es natural, lo que pensaba, no lo que no pensaba. Los biempensantes -llamo así a cuantos comulgan con la ortodoxia, sea o no su oblea piedra de molino- creen que quien disiente, finge, por la razón que sea (¿azuzar a los incautos?), y su arrogancia los conduce a atribuir segundas intenciones a quienes, por equivocados que estén, no piensan ni dicen lo que casi todos dicen y, sin repensarlo, piensan. Yo, David, siempre digo lo que pienso, por extravagante que mi pensamiento sea. Me ratifico, pues, en el barrunto de que el mono erguido jamás ha pisado la res nullius de la luna, lo que no significa que niegue el resto de la carrera espacial. Y en cuanto a lo de que mi escepticismo nos lleva a perder «el único tren de la aventura que le va quedando al hombre»… ¡Vaya! Lo que a mí no me queda ahora es un centímetro de columna. ¿Lo dejamos para otra ocasión? ¿Nos batimos en duelo? Mejor unas copas. ¡Salud, amigo!
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Sobre el Autor
Jordi Sierra Marquez
Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.