Cultura

Periodistas y escritores

Tengo escrito por ahí –y repetido en la presentación de mi blog- que escribir es crear una herramienta útil para imaginar eriales donde alzar luego estructuras nacidas del ensueño o de la voluntad artística. Y estoy convencido de que no yerro al dar semejante definición. Pero escribir consiste, además, en redescubrirse uno mismo de forma repetitiva mientras te dejas en ello el pellejo. Algunos escritores colegas míos piensan que uno escribe siempre la misma novela, el mismo poema, la misma narración, y que si parecen distintos es únicamente porque el escritor se vale de los trucos propios del arte literario para camuflar como novedad lo que no son sino meros remaches.

Así que el escritor es como un asno de noria: venga a dar vueltas y más vueltas en derredor de los mismos ejes. Puede que sea de esta forma. Escribir y tener a la vez conciencia de lo dicho puede ser hasta deshonesto, porque el escritor se preguntaría entonces a qué fin remachar tantísimo el mismo clavo una y otra vez hasta el infinito, en lugar de olvidar pluma y papel en un rincón del estudio e irse tranquilamente luego de paseo con los amigos.

Personalmente, no me planteo que mi labor cotidiana en la escritura pueda tener estos visos, quizá porque yo sé que llevo dentro del espíritu muchas cosas que decir, incluso aun reconociendo que todas ellas descansan en un par de basamentos fundamentales. Sé, y eso es verdad, que un escritor que lo sea desde las tripas y el corazón, con pleno sentimiento y consciencia de serlo, gusta de reinventarse a sí mismo a través de sus novelas, de sus poemas, de sus obras. Tampoco es ilícita esta dinámica; a fin de cuentas, creo que los lectores buscan eso mismo: no quieren escritores que cambien radicalmente sus hechuras y maneras, ni que modifiquen sus mundos –o imaginarios, como se dice ahora- de la noche a la mañana. No, todo lo contrario: el lector quiere reconocibles a sus escritores tal y como los conoció la primera vez que cayó en sus manos una de sus obras. Entre ese libro y el siguiente, el lector medio acepta naturalmente un cambio en los argumentos, incluso una evolución formal relativamente asumible, pero desea poder identificar en todo o en parte a su escritor —sea quien sea éste— por su estilo y por las cosas que dice. En realidad, pienso yo que eso que damos en llamar «estilo literario» tiene algo de persistencia en el remache, de repetición conceptual del escritor a la hora de teclear sus cosas.

Según señaló Ortega, el literato no es sino «el encargado de despertar la atención de los desatentos, hostigar la modorra de la conciencia popular con palabras agudas e imágenes tomadas de ese mismo pueblo, para que ninguna simiente quede vana». Es una profesión, por tanto, fruto de variadas experiencias y de muchos aprendizajes convergentes.

Ortega opinaba que la responsabilidad social del escritor era enorme

Siempre les dije a mis alumnos, y también a mis lectores y amigos, que no escribe con la debida calidad quien quiere o quien se pone a ello, sino quien puede. No todos los que escriben libros son capaces de hacer literatura. Para conseguirlo hay que tener una formación amplia (cuanto más amplia, mejor) y tomarse un tiempo. Un tiempo largo, por lo general. De lo contrario, uno no hace libros, sino churros. Y vaya, que para eso ya se bastan los churreros en verbenas y similares eventos festivos.

La obra del escritor, del literato, es una herramienta vivencial, casi un arma que el autor esgrime socialmente como defensa, como necesidad, como bandera; o como todas esas cosas a la vez. Pero siempre suele estar, si es honesta, llena de tiempos lentos y posados en la calma espesa de la reflexión y la duda.

El periodista, en cambio, es otra cosa. Las obras del periodista suelen tener, por regla general, agobio y premura; escribir en prensa para ganarse las habichuelas supone ir acelerado por ley de profesión hasta en el cuarto de las necesidades privadas. Sabrán ustedes, imagino, que los profesionales del periodismo —según rezan las estadísticas— conforman el colectivo que más porcentaje presenta de pacientes con astringencia crónica, seguidos por los docentes de enseñanzas medias, que también llevan lo suyo, pobres.

Hay quien asegura que los periodistas escriben literatura como hacen periodismo, y que así les sale como les sale. Yo creo que hay de todo, y que tampoco es cuestión de exagerar la nota. Porque vamos a ver: ¿acaso un Miguel Delibes, dedicado durante años al periodismo, no era el mismo gran escritor en sus trabajos de prensa que en sus libros literarios? Digo yo que sí. ¿Y qué me dicen del caso de Francisco Umbral? Pues lo mismo, evidentemente.

Es verdad que algunos periodistas son incapaces de escribir literatura digna, pero no es menos cierto que esas firmas tampoco suelen ser profesionales de campanillas, precisamente. Algunos pocos no saben escribir la o con un canuto, como se dice. El que escribe bien, lo hace siempre con calidad y destreza, incluso aunque hable de algo tan prosaico como las albóndigas de Mondoñedo, pongamos por caso.

El periodista que hace literatura tiene, eso sí, mayores riesgos que un escritor de silla. Primero, y sobre todo, porque la escritura literaria requiere tiempo —una enormidad— y mentalidad ajustada al plan creativo que se intenta abordar. Y también porque, lo queramos ver o no, la prisa forzosa crea nocivos hábitos en el ser humano y produce secuelas visibles a la hora de calibrar el estilo personal, el cómo se dicen las cosas. Y ahí, quizá, sea donde el periodista podría tener las cosas más peliagudas a la hora de hacer literatura.

Luca de Tena solía decir: «Dadme escritores, que yo les haré periodistas». Y tenía más razón que un santo, porque el buen estilo de escritura y una cultura notable son, me parece a mí, los requisitos indispensables del periodista ejemplar. Un escritor se supone que los tiene, o que debe tenerlos. Por eso es más sencillo hacer buenos periodistas de los escritores, que magníficos escritores de los periodistas. Aunque ya digo: tampoco es cuestión de exagerar y salirse de razón, porque bien cierto es que hay periodistas que son, a la vez, escritores de altura. Que lo cortés, vaya, no quita lo valiente, y que existen profesionales del periodismo que saben estar como el que más en el complejo mundo literario.

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Sobre el Autor

Ricardo Serna

- Doctor en Patrimonio
- Licenciado en Filosofía y Letras [Historia]
- Máster en Historia de la Masonería en España
- Diplomado en Estudios Avanzados de Literatura Española