Hoy bien podría hablarles de política. Pero no… ¡No lo haré!… No es ese precisamente un cometido que se haga por amor al arte.
No hablaré de ello, no por no ser importante, sino porque por amor al arte en una profesión o actividad, hay personas en muchos casos anónimas, que por su lucha en el vivir cotidiano su labor merece ser expuesta y valorada.
Las palabras de Don Francisco de Goya y Lucientes, que figuran impresas en el monumento dedicado a su memoria en la plaza del Pilar de Zaragoza…”La Locura sin razón, produce monstruos… pero, unida a ella… es la madre de todas las artes”, influyeron en mi ánimo de decisión para entrar en la sala de exposiciones de La Lonja. Un palacio renacentista construido por el arquitecto don Juan de Sariñena, con la iniciativa del concejo de la ciudad y patrocinado por don Hernando de Aragón entre 1541 y 1551 como recinto destinado a actividades económicas.
Miré el cartel de la exposición que luce a la izquierda de la entrada… «El paisaje nórdico en el Prado. Hasta el 24 de Febrero de 2013». Se exhiben obras de los artistas Pedro Pablo Rubens, Jan Brueghel “el Viejo” y Claudio de Lorena, entre otros.
Entré despacio, admirando una a una las espléndidas obras que componen el inicio de la muestra, donde la minuciosidad de su contenido me hacía prever el valor artístico y humano de la época.
Me llamó poderosamente la atención la voz de una mujer joven, risueña y de agradable aspecto, que daba explicaciones dentro de un grupo con manifiesta naturalidad y conocimiento, tanto del oficio, como de las obras expuestas y artistas representados en la exposición.
No recuerdo su nombre. Lo llevaba impreso en una tarjeta plastificada, colgada de una de las solapas del conjunto de color azul marino de chaqueta y falda oficiales.
No recuerdo haberla visto nunca. No la conocía. ¡Qué más da!…
Su profesionalidad en el modo de explicar el contenido y significado de las obras como guía de museo, me agradó mucho. Su palabra fácil, amena y fluida, hizo que me fijara en ella, sintiendo la curiosa necesidad de unirme al grupo.
Al acercarme a escuchar sus explicaciones, me miró y reconoció al instante mi condición de intruso en el mismo. La mirada cómplice de sus ojos me invitó a seguir el recorrido. ¡Lo agradecí sinceramente!…
Los acertados comentarios y la visión realista de las obras en su época, me mostraron la dignidad de una profesional altamente cualificada… Acompañaba a los allí asistentes de una obra a otra con naturalidad e indicaciones precisas.
Al terminar la visita pidió a todos las tarjetas de asistencia para grupo guiado. Al llegar a mi, me volvió a mirar con notable amabilidad y sonrió dulcemente… Dio media vuelta sin decir nada y continuó recogiendo acreditaciones.
Me dirigí despacio a la salida, mirando al suelo para no tropezar en los escalones. Aun mantenía en mi retina la imagen, explicaciones y contenido de uno de los cuadros de Jan Brueguel, “Boda campestre”.Impresionante descripción de la situación injusta de la mujer dentro de la sociedad de la época, frente al hombre, y del papel influyente de la iglesia en el siglo XVII.
La visita a la exposición, cedida por el Museo del Prado, me dejó una agradable sensación de bienestar cívico.