Cultura

Por la Sierra de Santo Domingo

En compañia de Emilio Ubieto, de Ayerbe, Javier Navarro Chueca y José Antonio Porcel, ayer, miércoles de mayo, realizamos una excursión que nos llevó desde Villalangua hacia Salinas Viejo y posteriormente, cruzando la Sierra de Santo Domingo, nos permitió perdernos en la abrupta y frondosa serranía. Alcanzada la unión de las vertientes, el día soleado nos regaló la vista espléndida hacia el sur con los bosques de Fuencalderas y Biel tapizando las escabrosas laderas. Incluso las llanuras de Ejea dibujaban su ciudad, allá a lo lejos. A la izquiera, asomando contundentes, los mallos de AgÁ¼ero y a sus pies el llano, hasta el Moncayo, que enseñaba su perfil. Por el norte los farallones calizos donde anidan las aves carroñeras; detrás, con la bruma lamiendo su cima, Peña Oroel. A nuestra derecha, la Sierra Caballera.

  

 La ruta comienza en Villalangua, de la que ya hablé en otro post, y en apreciable cuesta se llega a un mirador estrátegico pues se encuentra justo encima de la Foz de Salinas, por donde discurre la senda para la ascensión a Salinas Viejo desde Salinas nuevo y en la que en sus farallones de roca los buitres levantan el vuelo para girar en torno nuestro, aprovechando las térmicas.

 Pero, al otro lado del vértice del impresionante mirador, el valle se despereza con el sol, y entre los árboles que todo lo cubren, asoman, como naúfragos, los restos de la iglesia y del caserío de Salinas, ahora llamado viejo, a los pies de las murallas gigantescas  de la Sierra. Cuesta recordar la pujante riqueza de este lugar. Hay que remontarse al reinado del primer rey de Aragón, Ramiro I, cuando se descubre en la zona un pozo de agua salada. Finalmente el Monasterio de Ruesta negocia la explotación de la sal y trae a la población la prosperidad. En 1700, la mitad de la población eran infanzones.

 Seguimos camino pero no podemos renunciar a tocar el tronco de esa encina, al pie de la pista, que lleva allí cientos de años esperándonos. En el talud, otros ejemplares igual de majestuosos, se esconden. Ese pequeño bosque nos podría contar muchas cosas de Salinas, pero…

 En la subida no evitamos buscar alguna seta pero falta humedad en el bosque. Varios intentos se han resumido en nada. Cosecha 0. Algunos ejemplares de «Humaria hemisphaerica» y dos o tres inocybes. Nos centramos en la exploración del entorno.  A partir de aquí, una vez realizada la obligada parada para echar un bocado y un trago de la bota, la pista desciende en un tobogán de curvas, tan cerradas, que obligan al 4×4 a realizar maniobras en cada una. Vemos las siluetas de la cara norte de los mallos, (las que no se ven si no se sube hasta aquí) y suponemos que la ruta acabará en el propio AgÁ¼ero, pero descendemos casi una hora y por los signos sospechamos que estamos cerca de San Felices. Debemos haber confundido los mapas del sentido común, pero ese núcleo, habitado por dos personas, bien merece una visita, por lo demás imprevista. La primera sorpresa es que estan rehabilitando alguna casa, de imponente aspecto por cierto; la segunda una monumental chimenea corona un edificio que supongo servirá de hogar habitación

 También la historia de este rincón proviene de lejos: En el 1104, Pedro I donó a la catedral de Huesca la novena que pagaban los habitantes » Sancti Felicis» por los montes de AgÁ¼ero. Su viuda Doña Berta, posteriormente retirada en los territorios que le donó su marido y que fueron denominados como el Reyno de los Mallos, en 1105 repitió la donación. En la actualidad lo pueblan dos habitantes que se dedican al ganado vacuno. Hay indicios de vida pues existe como un pequeño camping abierto al que al parecer acuden visitantes franceses y holandeses y en las calles desiertas, jalonadas de casonas en ruinas, aparecen unas modernas farolas que podrían invitar a un paseo nocturno, camino de la iglesia. A San Bernardo está dedicada, construida en el XII y muy reformada en el XVII, que combinaba el uso defensivo con el religioso.

 De vuelta, por la senda empredada de la calle del caserío, nos encontramos con uno de los dos habitantes, con quien charlamos un rato, contandonos que últimamente vienen hasta allí muchos «carrileros».-¡ Bueno, «hipis»! apostilló. 

 Descendiendo el curso del Barranco Artaso, a tres kilómetros, nos encontramos con AgÁ¼ero. De allí hasta Ayerbe, donde se queda de nuevo Emilio Ubieto. Comentamos, antes de despedirnos de él, que será dificil que por algunos de aquellos bosques de Sierra Santo Domingo haya transitado alguna vez algún curioso con mochila

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.