La primavera aranesa se barrunta en todo su esplendor.
Todavía hay mucha nieve en las alturas; poco a poco el sol irá engrosando el caudal del Garona para felicidad de nuestros vecinos del norte pero en la media montaña y en los pueblos la intangible presencia de la vida asoma, desperezándose de un sueño de frío y soledad. La primavera se desparrama al son de la luz para ir creciendo en los brotes que apuntan sombras protectoras y la hierba reverdece con rostro de esmeraldas.
El bosque cobija a los últimos neveros en los que el corzo clavó su pezuña, quizá lamiendo la humedad. Por la senda, en su inicio, una confusión de rodadas nos habla de valientes de todo-terreno que tuvieron que dar la vuelta, no es bueno confundir las posibilidades, ni pensar que el monte es de la «urba»… Pero las cosas ponen a cada uno en su sitio y las ardillas podrán parir en paz. En estos montes vive el urogallo que cada vez es más mito y menos animal. Comienzan a jugar al escondite los marzuelus, la temporada de setas promete.
Betrén se queda abajo, amenazado de anexión a Vielha que aspira a la expansión, pero sigue siendo un pueblo tranquilo en cuyo cementerio siempre hay flores y las casas dormitan bajo la capa de sus chimeneas. El estruendo acuoso del deshielo se precipita monte abajo como con prisa por llegar al mar; el cielo arrastra nubes con hilos invisibles. Los abetos siguen firmes esperando la orden de soltar el polen. En las laderas de Baqueira la nieve parece de diciembre. (Fotos: Eugenio Mateo)
Al fondo el Montcorbau