Cultura

Pues a mi me preocupa la cultura

Decir «Cultura», con mayúsculas o con minúsculas, puede parecer una vaguedad como cuando se habla de «la Institución» o «la Entidad». Pero si lo que se contempla es la actividad de personas y grupos, profesionales, consagrados o emergentes, que se dedican a la actividad cultural, esto cambia.

Lo que me aterra es cómo la crisis económica está afectando a los artistas y gestores de la cultura. Si hay recortes en un ámbito, en cultura serán el doble o el triple. Las compañías de teatro, los directores y productores cinematográficos y los artistas visuales, plásticos o de la imagen, sufren un castigo tremendo en la situación actual. Sólo su voluntad y la vocación por su trabajo les está permitiendo sobrevivir, pero de la vocación y la voluntad, en exclusiva, no se come.

Tras décadas de construir grandes continentes culturales (teatros, auditorios, museos o institutos dedicados al arte), queda claro que esto no fue sino política áulica de políticos iletrados e incultos y, en todo caso, una rama más de la frenética actividad del ladrillo. Pero los contenidos, las programaciones, se llenaron en muchas zonas de España, ciudades y comunidades autónomas, atendiendo a intereses muy diferentes a la calidad y, con frecuencia, antagónicos con la promoción de la «cantera» propia y la creación de una masa crítica de valores propios que enriqueciesen la oferta local y proyectasen espléndidamente la imagen de su territorio de procedencia.

Ha habido, sí, fiascos. Quienes han abusado de la subvención e, incluso, la han acaparado tirando de carné de partido y/o sindicato. pero esto se ha dado en todas partes y con todos los colores. Lo malo, es que para analistas con deficiencias de información y criterio, o muy mal intencionados, esta actuación minoritaria ha sido la excusa para hacer tabla rasa y disparar a muerte contra el sector. Y ello, pese a que la actividad cultural genera parte importante del P.I.B. en algunas regiones españolas.

Las gentes de la cultura se han defendido, no sin que alguno aprovechase para hacer méritos con su partido pero, en general, simplemente han denunciado la marginación económica (y a veces incluso social) a la que se les quiere someter. En algunos casos, su trabajo ha sido denostado sin saber siquiera en qué consiste, es decir, por interés del denostador para hacer, él también, méritos con su partido (o con el sector bárbaro del mismo).

Hay otros movimientos para alcanzar la supervivencia, como unir fuerzas (fusionar asociaciones artísticas, coaligarse, crear plataformas, generar eventos multidisciplinares, etc.) pero, desgraciadamente, en demasiados casos las apariciones públicas de estas iniciativas acaban capitalizadas por políticos profesionales de un signo u otro. Ello supone la pérdida de buena parte de la fuerza moral de esta estrategia.

La situación aprieta aquí como en el resto de la sociedad, y afecta a estos emprendedores que son, en su práctica totalidad, autónomos o partícipes de una pequeña empresa. Y como en cultura se ha contraído la inversión pública y privada de forma tan brutal, el resultado es ya preocupante y puede acabar siendo desolador. Además, para estos intentos de optimizar recursos económicos propios y sumar capital humano de los que hemos hablado, no hay miles de millones de euros y, a veces, ni mil euros.

La banalización puede llegar a extremos tan aberrantes como que la actividad más publicitada recientemente del Instituto Aragonés de Arte y Cultura Contemporáneos Pablo Serrano, cuyo mantenimiento como edificio cuesta casi 60.000 euros al mes, es la apertura de su terraza al público los viernes de junio, con actuaciones musicales de entretenimiento y… servicio de barra de bar. Como muestra, creo que esto lo dice todo. Y peor nos puede ir aún.

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.